Christopher A. Ferrara, abogado, periodista y activista pro-vida católico, nacido en Nueva York hace 64 años y fundador y presidente de la Asociación de Abogados Católicos Americanos, ha escrito un demoledor artículo publicado en La Red de Fátima sobre otro artículo del jesuita Thomas P. Rausch (en la imagen que abre esta entrada), aparecido en La Civiltà Cattolica el pasado lunes 18 de julio, y titulado "La doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia". Merece la pena echarle un ojo, pues pone de manifiesto cómo se está empleando la revista oficial jesuita -dirigida por el también jesuita Antonio Spadaro-, cuyos contenidos son supuestamente aprobados directamente por el Papa Francisco, para difundir planteamientos heterodoxos que chocan con la fe católica. Aquí está el artículo íntegro, que he traducido al español:
La estratagema modernista detrás del pontificado bergogliano
por Christopher A. Ferrara
La propia esencia del modernismo es negar lo que el modernista parece estar afirmando. El doble discurso es el lenguaje de la teología modernista.
Un ejemplo clásico de este engaño modernista es un reciente artículo de Thomas Rausch, SJ, aparecido en 'La Civiltà Cattolica', la supuestamente oficial revista jesuita pontificia cuyos contenidos son aprobados por el Vaticano. El título por sí solo avisa al lector atento de que otra estafa modernista está a la vista: "La doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia".
Por supuesto, la misión pastoral de la Iglesia está al servicio de la doctrina, no al revés, ya que es la doctrina -es decir, la verdad- la que nos hace libres. La misión pastoral para todos los tiempos emprendida por el mismo Cristo por mandato divino es precisamente liberar al alma perdida de la oscuridad del error por la predicación de la verdad -la doctrina católica y el dogma- no para dar cabida a los que están en la oscuridad o, haciendo referencia al absurdo tema del capítulo 8 de Amoris Laetitia, "integrar la debilidad" en la Iglesia.
A la manera modernista típica, Rausch afirma una verdad católica con el fin de negarla a lo largo del resto del artículo. Cita a San Vicente de Lerins porque la verdad católica básica que legitima el desarrollo de la doctrina católica deja intacta "la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo significado" (o más exactamente, "la misma doctrina, el mismo sentido y la misma interpretación") -exactamente como afirmó el Concilio Vaticano I- y eso durante su legítimo desarrollo, refiriéndose sólo a su expresión más plena, la doctrina "se hace más firme a lo largo de los años, más amplia con el transcurrir del tiempo, más elevada a medida que avanza en edad". Es decir, no hay ningún cambio en la doctrina, ya sea en el contenido o en su interpretación, sino sólo el afianzamiento y desarrollo de su enunciado. De ahí la famosa fórmula de San Vicente: "Sostenemos la fe que ha sido creída en todas partes, siempre, por todos [quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est]". No hay un "Dios de las sorpresas" en el pensamiento de San Vicente ni en la tradición de la Iglesia.
A pesar de haber afirmado esta verdad, Rausch la niega inmediatamente, citando a su modernista colega jesuita, el P. Spadaro, en la siguiente proposición:
"San Vicente de Lerins hace una comparación entre el desarrollo biológico del hombre y la transmisión de una época a otra del depositum fidei [el depósito de la fe], que se desarrolla y afianza con el tiempo. En este caso, la auto-comprensión humana cambia con el tiempo y, asimismo se amplía la percepción humana. En este sentido podríamos pensar en el tiempo en que la esclavitud se consideraba aceptable, o la pena de muerte se aplicaba sin cuestionamientos. De la misma manera, así es como se desarrolla la comprensión de la verdad. Los exégetas y teólogos ayudan a la Iglesia a madurar en su propio juicio. Las demás ciencias y su desarrollo también ayudan a la Iglesia en su desarrollo de la comprensión. Hay reglas y preceptos eclesiásticos secundarios que una vez fueron eficaces, pero que ahora han perdido su valor y significado. La opinión de que el Magisterio de la Iglesia es un monolito al que defender sin matices o diferentes interpretaciones es errónea".Nótese la subrepticia no-sequitur [falacia en la cual la conclusión no se deduce -no se sigue- de las premisas] metida de extranjis a través de las frases en cursiva: de la analogía biológica de San Vicente relativa al aumento y desarrollo de la misma, irreformable doctrina de la Iglesia, Rausch (citando sólo a su colega modernista para sostenerlo) concluye que así como "la auto-comprensión humana cambia con el tiempo", la enseñanza de la Iglesia está sujeta a "diferentes interpretaciones" a lo largo del tiempo. Por supuesto, eso es exactamente lo contrario de lo que Rausch había afirmado tan sólo unas pocas líneas antes: es decir, la insistencia de San Vicente en "la misma doctrina, el mismo sentido, y la misma interpretación" a lo largo del tiempo. Dios no cambia su comprensión de la verdad, y tampoco la Iglesia cambia su comprensión de la fe y la moral.
Las referencias a la esclavitud y a la pena de muerte son maniobras de distracción. La Iglesia siempre ha condenado la esclavitud (la supuesta propiedad de otro ser humano y el control sobre su derecho natural a casarse y tener hijos), mientras que tolera ciertas formas de servidumbre en la práctica, sin ningún "cambio" en la "interpretación" de la doctrina.
En cuanto a la pena de muerte, la Iglesia nunca ha cambiado su enseñanza sobre su legitimidad moral en casos pertinentes. Como establece incluso el nuevo Catecismo en lo que se refiere al quinto mandamiento: "La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas".
Pese a que Francisco piense lo contrario, no puede alterar (por citar a San Vicente) lo que en la Iglesia "ha sido creído en todas partes, siempre, por todos" en relación con la pena capital; ahora no puede declarar simplemente, en contra de toda la Tradición, que la pena capital viola el quinto mandamiento. Él puede pronunciar esas palabras, como ciertamente ha hecho, pero no puede cambiar una enseñanza constante basada en la Revelación. Las palabras pronunciadas son meramente la opinión errónea de un Papa; y no es la primera vez que un Papa atípico expresa una opinión errónea.
La afirmación del Catecismo que añade que los casos en los que la pena de muerte sería necesaria "suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos" no es una enseñanza constante de la Iglesia o un cambio en la doctrina, sino simplemente un argumento basado en una opinión sobre las condiciones penales vigentes: "Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen", etc. La doctrina de la Iglesia no conlleva estudios de las condiciones penales en todo el mundo y las "posibilidades... para reprimir eficazmente el crimen", sobre las cuales el Magisterio no tiene competencia.
Por lo tanto, habiendo empezado a afirmar aparentemente, citando a San Vicente, que la doctrina y el dogma no cambian, Rausch termina afirmando exactamente lo contrario: "el dogma de fe no cambia en su esencia, pero la exposición de la doctrina y su espontánea interpretación marcada por la cultura sí cambian, y por esta razón el magisterio y los concilios deben garantizar la correcta formulación de la fe".
Que "la espontánea interpretación" de la doctrina como "marcada por la cultura" cambie con el tiempo y deba ser "corregida" con el tiempo por "el magisterio y los concilios" para reflejar estos supuestos cambios en la interpretación, es puro modernismo. Con esta idea, en palabras de San Pío X en su Encíclica de referencia sobre los errores de los modernistas, "Así queda expedito el camino hacia la evolución íntima del dogma. ¡Cúmulo, en verdad, infinito de sofismas, con que se resquebraja y se destruye toda la religión!".
Pero, sin importar cuáles sean las intenciones subjetivas de Francisco, la ruina y destrucción de toda la religión parece ser precisamente el programa de este pontificado, con sus constantes ataques demagógicos sobre "rigorismo" y "doctrina monolítica" y su incesante intento de suavizar la enseñanza de la Iglesia y la práctica pastoral en relación con la inmoralidad sexual. Como Francisco declaró en un discurso citado por Rausch: "La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe inquietar, sabe animar. Tiene un rostro que no es rígido, tiene un cuerpo que se mueve y crece, tiene carne tierna: la doctrina cristiana se llama Jesucristo".
En realidad no. La doctrina cristiana no es la carne real de Cristo, que aumentó y cambió a medida que el Cristo niño se hizo un hombre, padeció, murió y resucitó de entre los muertos, sino más bien el Verbo encarnado, que nunca cambia y ha existido desde toda la eternidad, incluso antes de que se encarnara en la naturaleza humana que el Hijo asumió: "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El mismo era en el principio con Dios (Jn 1:2)".
Pero en este caso, es triste decirlo, tenemos más doble discurso modernista de otro jesuita, el que se sienta en la silla de Pedro. El que se ha rodeado de los afines Rausch y Spadaro. El que ha iniciado, aunque parezca increíble, "la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás", la batalla contra el matrimonio y la familia de la cual Sor Lucía nos advirtió y que ahora se está llevando adelante bajo el eslogan invertido de la "Doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia .
Que Dios defienda a su Santa Iglesia contra este ataque, del que no ha visto otro igual en 2.000 años.
[TRADUCCIÓN: CATHOLICVS]
Hay que reconocer que, durante siglos, la Iglesia toleró la práctica de la esclavitud en los países cristianos. Al menos, no se opuso.
ResponderEliminarHermenegildo: además de que el Señor también lo toleró, o al menos no se opuso -la esclavitud de la que vino a liberar no fue la material, sino la del pecado, y no instó a nadie rebelarse contra los "amos", sino al contrario: a ser sumisos-, en el artículo se distingue bien entre la esclavitud, en el sentido de considerar al siervo como un objeto, una posesión más del amo, cuya vida no valía nada y la cual se podía incluso quitar, y el trabajo servil o servidumbre, en la que los criados formaban parte de la casa y, o bien recibían un jornal, o bien recibían la manutención -techo y comida-, o ambas cosas, y se les permitía casarse y tener hijos, de cuya manutención también se ocupaba el señor, aunque tuvieran 10 ó 15 hijos, y que cuando se bautizaba el señor de la casa, se bautizaba también a toda la familia, incluida la servidumbre y sus familias, como consta en las propias Sagradas Escrituras.
EliminarActualmente ha cambiado el lenguaje y las costumbres sociales, pero sigue sin cambiar la doctrina: una criada se denomina "asistenta", "doméstica" o con otros términos, y ya no suele vivir en la casa, sino en la suya propia, por lo cual necesita un salario para mantener dicha casa y a su familia. Pero el hecho de trabajar para otros, incluso en trabajos "serviles" no es algo indigno. La Iglesia, tanto entonces como ahora, jamás ha considerado a quienes realizan esas tareas "serviles" como si fueran objetos, ni ha sostenido que se les pueda matar o negárseles derechos naturales como el de casarse o tener hijos.
¿Pudo haber abusos a lo largo de la Historia? Claro. Y ahora también los hay. Lo normal es que un trabajador reciba un salario; pero todos sabemos que muchas veces se abusa de los trabajadores y, o bien no se les paga, o bien se les paga tarde, o menos de lo que es justo. ¿La Iglesia alienta tal comportamiento? No. Tanto entonces como ahora, no necesita recordar que toda vida es de Dios y que no se puede quitar arbitrariamente; ni necesita recordar el deber de proporcionar la asistencia religiosa o facilitar el cumplimiento de las obligaciones religiosas a quienes ostentan mayor autoridad sobre sus subordinados -sean súbditos, siervos, asalariados, etc.-, y el respeto de sus derechos naturales: a la vida, a casarse o a tener hijos.
Recuerde Gal 3,28: "No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón y mujer...". Evidentemente, siguió habiendo judíos, griegos, esclavos, libres, hombres y mujeres, pero para Cristo, y por ende para su Iglesia, todos los bautizados son uno solo en Cristo, aunque estas caractarísticas o situaciones no cambiaran. Como ya he señalado, el Señor no vino a hacer una revolución comunista, ni a luchar contra otra esclavitud que no fuera la del pecado, que es la que mata el alma: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma; mas temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la Gehenna" (Mt 10:28).
El hecho de que ustedes los tradis, estén a favor e incluso apoyen la existencia de la pena de muerte, es una de las pruebas más evidentes de que los modernistas vamos por el camino correcto.
ResponderEliminarNo diga idioteces: los "tradis" (lo que usted quiere decir es los católicos) no "apoyamos" la pena de muerte. la Iglesia Católica dice que es lícita cuando es la única forma de proteger las vidas de inocentes (léase el Catecismo). Si quiere apoyamos al agresor injusto o a los asesinos, ¿le parece bien? Igual es lo que abogan los "modernistas": apoyar a los asesinos; y a las víctimas inocentes que les den morcilla. ¡Lo que hay que leer!
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