La propia esencia del modernismo es negar lo que el modernista parece estar afirmando. El doble discurso es el lenguaje de la teología modernista.
Un ejemplo clásico de este engaño modernista es un reciente artículo de Thomas Rausch, SJ, aparecido en
'La Civiltà Cattolica', la supuestamente oficial revista jesuita pontificia cuyos contenidos son aprobados por el Vaticano. El título por sí solo avisa al lector atento de que otra estafa modernista está a la vista: "La doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia".
Por supuesto, la misión pastoral de la Iglesia está al servicio de la doctrina, no al revés, ya que es la doctrina -es decir, la verdad- la que nos hace libres. La misión pastoral para todos los tiempos emprendida por el mismo Cristo por mandato divino es precisamente liberar al alma perdida de la oscuridad del error por la predicación de la verdad -la doctrina católica y el dogma- no para dar cabida a los que están en la oscuridad o, haciendo referencia al absurdo tema del capítulo 8 de
Amoris Laetitia, "integrar la debilidad" en la Iglesia.
A la manera modernista típica, Rausch afirma una verdad católica con el fin de negarla a lo largo del resto del artículo. Cita a San Vicente de Lerins porque la verdad católica básica que legitima el desarrollo de la doctrina católica deja intacta
"la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo significado" (o más exactamente,
"la misma doctrina, el mismo sentido y la misma interpretación") -exactamente como afirmó el Concilio Vaticano I- y eso durante su legítimo desarrollo, refiriéndose sólo a su expresión más plena, la doctrina
"se hace más firme a lo largo de los años, más amplia con el transcurrir del tiempo, más elevada a medida que avanza en edad". Es decir, no hay ningún cambio en la doctrina, ya sea en el contenido o en su interpretación, sino sólo el afianzamiento y desarrollo de su enunciado. De ahí la famosa fórmula de San Vicente: "Sostenemos la fe que ha sido creída
en todas partes, siempre, por todos [
quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est]". No hay un "Dios de las sorpresas" en el pensamiento de San Vicente ni en la tradición de la Iglesia.
A pesar de haber afirmado esta verdad, Rausch la niega inmediatamente, citando a su modernista colega jesuita, el P. Spadaro, en la siguiente proposición:
"San Vicente de Lerins hace una comparación entre el desarrollo biológico del hombre y la transmisión de una época a otra del depositum fidei [el depósito de la fe], que se desarrolla y afianza con el tiempo. En este caso, la auto-comprensión humana cambia con el tiempo y, asimismo se amplía la percepción humana. En este sentido podríamos pensar en el tiempo en que la esclavitud se consideraba aceptable, o la pena de muerte se aplicaba sin cuestionamientos. De la misma manera, así es como se desarrolla la comprensión de la verdad. Los exégetas y teólogos ayudan a la Iglesia a madurar en su propio juicio. Las demás ciencias y su desarrollo también ayudan a la Iglesia en su desarrollo de la comprensión. Hay reglas y preceptos eclesiásticos secundarios que una vez fueron eficaces, pero que ahora han perdido su valor y significado. La opinión de que el Magisterio de la Iglesia es un monolito al que defender sin matices o diferentes interpretaciones es errónea".
Nótese la subrepticia no-sequitur
[falacia en la cual la conclusión no se deduce -no se sigue- de las premisas] metida de extranjis a través de las frases en cursiva: de la analogía biológica de San Vicente relativa al aumento y desarrollo de la
misma, irreformable doctrina de la Iglesia, Rausch (citando sólo a su colega modernista para sostenerlo) concluye que así como "la auto-comprensión
humana cambia con el tiempo", la enseñanza de la Iglesia está sujeta a
"diferentes interpretaciones" a lo largo del tiempo. Por supuesto, eso es exactamente lo contrario de lo que Rausch había afirmado tan sólo unas pocas líneas antes: es decir, la insistencia de San Vicente en "la
misma doctrina, el
mismo sentido, y la
misma interpretación" a lo largo del tiempo. Dios no cambia su comprensión de la verdad, y tampoco la Iglesia cambia su comprensión de la fe y la moral.
Las referencias a la esclavitud y a la pena de muerte son maniobras de distracción. La Iglesia siempre ha condenado la esclavitud (la supuesta propiedad de otro ser humano y el control sobre su derecho natural a casarse y tener hijos), mientras que tolera ciertas formas de servidumbre en la práctica, sin ningún "cambio" en la "interpretación" de la doctrina.
En cuanto a la pena de muerte, la Iglesia nunca ha cambiado su enseñanza sobre su legitimidad moral en casos pertinentes. Como establece incluso el nuevo Catecismo en lo que se refiere al quinto mandamiento: "
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable,
el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas".
Pese a que Francisco piense lo contrario, no puede alterar (por citar a San Vicente) lo que en la Iglesia "ha sido creído
en todas partes, siempre, por todos" en relación con la pena capital; ahora no puede declarar simplemente, en contra de toda la Tradición, que la pena capital viola el quinto mandamiento. Él puede pronunciar esas palabras, como ciertamente ha hecho, pero no puede cambiar una enseñanza constante basada en la Revelación. Las palabras pronunciadas son meramente la opinión errónea de un Papa; y no es la primera vez que un Papa atípico expresa una opinión errónea.
La afirmación del Catecismo que añade que los casos en los que la pena de muerte sería necesaria "suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos" no es una enseñanza constante de la Iglesia o un cambio en la doctrina, sino simplemente un argumento basado en una opinión sobre las condiciones penales vigentes: "Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen", etc. La doctrina de la Iglesia no conlleva estudios de las condiciones penales en todo el mundo y las "posibilidades... para reprimir eficazmente el crimen", sobre las cuales el Magisterio no tiene competencia.
Por lo tanto, habiendo empezado a afirmar aparentemente, citando a San Vicente, que la doctrina y el dogma no cambian, Rausch termina afirmando exactamente lo contrario: "el dogma de fe no cambia en su esencia, pero la exposición de la doctrina y
su espontánea interpretación marcada por la cultura sí cambian, y por esta razón el magisterio y los concilios deben garantizar la correcta formulación de la fe".
Que "la espontánea interpretación" de la doctrina como "marcada por la cultura" cambie con el tiempo y deba ser "corregida" con el tiempo por "el magisterio y los concilios" para reflejar estos supuestos cambios en la interpretación, es puro modernismo. Con esta idea, en palabras de San Pío X en su
Encíclica de referencia sobre los errores de los modernistas, "Así queda expedito el camino hacia la
evolución íntima del dogma. ¡Cúmulo, en verdad, infinito de sofismas, con que se resquebraja y se destruye toda la religión!".
Pero, sin importar cuáles sean las intenciones subjetivas de Francisco, la ruina y destrucción de toda la religión parece ser precisamente el programa de este pontificado, con sus constantes ataques demagógicos sobre "rigorismo" y "doctrina monolítica" y su incesante intento de suavizar la enseñanza de la Iglesia y la práctica pastoral en relación con la inmoralidad sexual. Como Francisco declaró en un discurso citado por Rausch: "La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas,
dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe
inquietar, sabe animar. Tiene un rostro que no es rígido, tiene un cuerpo que se mueve y crece, tiene carne tierna: la doctrina cristiana se llama Jesucristo".
En realidad no. La doctrina cristiana no es la carne real de Cristo, que aumentó y cambió a medida que el Cristo niño se hizo un hombre, padeció, murió y resucitó de entre los muertos, sino más bien el Verbo encarnado, que nunca cambia y ha existido desde toda la eternidad, incluso antes de que se encarnara en la naturaleza humana que el Hijo asumió: "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El
mismo era en el principio con Dios (Jn 1:2)".
Pero en este caso, es triste decirlo, tenemos más doble discurso modernista de otro jesuita, el que se sienta en la silla de Pedro. El que se ha rodeado de los afines Rausch y Spadaro. El que ha iniciado, aunque parezca increíble, "la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás", la batalla contra el matrimonio y la familia de la cual Sor Lucía nos advirtió y que ahora se está llevando adelante bajo el eslogan invertido de la "Doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia .
Que Dios defienda a su Santa Iglesia contra este ataque, del que no ha visto otro igual en 2.000 años.