El matrimonio en la enseñanza de la Iglesia Católica
El matrimonio fue instituido por Dios, no inventado por el hombre (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1603). El Creador lo ha construido en la naturaleza humana, incluso en el cuerpo humano, en sus dos formas complementarias, hombres y mujeres. "Hombre y mujer los creó" (Génesis 1:27): el hombre para la mujer, y la mujer para el hombre, unidos en matrimonio como "una sola carne" para la procreación de una nueva vida: "Sed fecundos y multiplicaos" (Gn 1:28).
Dios ha dado al matrimonio sus características esenciales y leyes propias: unidad (un hombre casado con una mujer); indisolubilidad (sólo la muerte puede acabar con un matrimonio); y la apertura a la procreación (en cada acto de amor físico). Ningún presidente o líder religioso, ni Senado o Sínodo, ni ningún gobierno, tiene autoridad para redefinir el matrimonio.
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento. El matrimonio de un hombre y una mujer cristiana es un signo sacramental de su unión con su Iglesia (cf. Ef. 5:32). Al igual que la unión de Cristo con la Iglesia, su Esposa, no puede ser disuelta, ningún poder en la Tierra, ni siquiera el mismo Papa, puede disolver el matrimonio sacramental válido, una vez consumado, de un hombre y una mujer cristianos. "Aquellos a quienes Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mateo 19:6).
La disciplina de la Iglesia se basa en la doctrina de la fe, y da expresión práctica a la misma. Introducir una disciplina en desacuerdo con una doctrina socava implícitamente la misma. La disciplina de no admitir a los sacramentos a los divorciados que han contraído "matrimonio" civil, se desprende directamente de la doctrina del matrimonio y de la Eucaristía que la Iglesia ha recibido de Cristo y sus Apóstoles. A menos que una anulación reconozca la invalidez del matrimonio original, el estado de vida del divorciado católico 'vuelto a casar' "contradice objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia significada y actualizada en la Eucaristía" (Papa san Juan Pablo II, Familiaris consortio, nº 180). Por mucho que les duelan sus pecados, los divorciados 'vueltos a casar' "siguen siendo 'una sola carne'" (Gn 2,24; Mt 19,5) con sus únicos y originales cónyuges. Por lo tanto, su segundo "matrimonios" no puede participar en la unión de una sola carne.
Cristo y su Iglesia que está significada y actualizada en la Eucaristía
En ausencia de una clara apreciación del matrimonio y del verdadero significado de la sexualidad humana, han surgido una serie de retos morales asociados. Entre ellos se encuentra el crecimiento de la actividad homosexual generalizada y la promoción de este tipo de comportamiento. La Iglesia enseña, como siempre ha enseñado, que la práctica homosexual es un pecado grave, ya que distorsiona una de las dimensiones más sagrados y fundamentales de la vida humana. Incluso la inclinación a la actividad homosexual es "objetivamente desordenada" (CDF, 1986) en el sentido de que una tal inclinación sexual, con sus tendencias asociadas, sentimientos y expresiones, no está dirigida correctamente a la unión conyugal, el matrimonio y la procreación. La Iglesia, por supuesto, da la bienvenida a todos los seres humanos creados a imagen de Dios, que por Su gracia, son capaces de renunciar a sus pecados, vivir una vida casta y ser santos. Pero la Iglesia no puede bendecir, ni tolerar, el pecado en ninguna forma, ni las estructuras y estilos de vida que fomentan o promueven el pecado, el desorden y la tentación.
La Iglesia llega de muchas maneras a todos aquellos afectados y dañados por el ataque al matrimonio en nuestra sociedad y por la confusión generalizada de lo que significa ser hombre y mujer. Nadie les da la espalda. La primera misericordia y la verdadera compasión, la verdad de Cristo, se ofrece a los pecadores como la luz por la cual vivir. La mayor ayuda para los que luchan es señalar con caridad el camino de Cristo, la única forma conducente a la virtud y a la verdadera alegría.
La Iglesia no tiene nada, no puede hacer nada, no es nada, sin Cristo, su Cabeza y Esposo. Ella es la servidora de la Palabra de Dios (cf. Dei Verbum, nº 10). Por tanto, sus pastores no tienen ningún poder para cambiar lo que Él enseñó acerca de la naturaleza y los bienes del matrimonio, y tienen el deber de promover y defender la verdad por el bien de cada persona y de la sociedad.