Apenas obrado el profundo Misterio de la Encarnación del Verbo, María se dirige de Nazaret a Judea a visitar y asistir a su prima Isabel. Al saludo de María, alborózase Juan en las entrañas de Isabel, recibe la gracia santificante y conoce la presencia de Dios humanado.
La fiesta de la Visitación fue instituida en el s.XIV (1389) para implorar por medio de María la protección divina sobre la Iglesia durante el espantoso Cisma de Occidente. La Madre de Dios trajo de nuevo la paz a la Iglesia. En la liturgia de hoy, la Epístola trae preciosas estrofas, que celebran la llegada del Esposo divino, y se aplican al viaje y saludo de María. El Evangelio es el relato histórico del Misterio, hasta el comienzo del maravilloso cántico del Magnificat. El resto de la Misa se ha tomado de la fiesta de la Natividad de María, sustituyendo, cuando acaece, la palabra Visitación en vez de Natividad.
Magnificat
Magnificat anima mea Dominum, et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo, quia respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, et sanctum nomen eius, et misericordia eius ad progenie in progenies timentibus eum. Fecit potentiam in brachio suo, dispersit superbos mente cordis sui, deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles, esurientes implevit bonis, et divites dimisit inanes. Suscepit Israel puerum suum recordatus misericordiae suae, sicut locutus est ad patres nostros Abraham et semini eius in saecula.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, y por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es Santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos. Auxilió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
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