lunes, 11 de abril de 2016

Análisis de la Exhortación Apostólica post-sinodal "Amoris laetitia", del Papa Francisco (Parte II)

Continuando con la entrada anterior (ver aquí), en este punto llegamos al tercer capítulo, en cuyo punto 59 vuelve a referirse a la doctrina católica como "fría y sin vida", aun cuado toda ella proviene, a diferencia de las reglamentaciones y costumbres judías meramente humanas, de la Sagrada Revelación de Nuestro Señor Jesucristo, que es la Vida misma. Es sorprendente e impropio de un Pontífice, no sólo que se exprese en esos términos, sino que crea tal cosa. En el punto 62, variando un poco las palabras, vuelve a reproducir el error recogido en la "Relatio post disceptationem" del Sínodo extraordinario de la Familia de 2014, al referirse a una inexistente "condescendencia" de Dios en relación con el repudio mosaico, que se deriva de la tergiversación de lo dicho por Nuestro Señor, como así lo recogen los Santos Evangelios: el Señor no sólo no es condescendiente ni lo comprende, sino que lo condena y reafirma que quien lo hace, es adúltero, pese a las componendas humanas para saltarse el plan de Dios. Un poco más adelante, en el punto 65 afirma, al citar la fuga de la Sagrada Familia a Egipto, que durante la misma Jesús participaba "del dolor de su pueblo exiliado, perseguido y humillado", cuando el Evangelio expone claramente que la persecución a la que se refiere fue exclusivamente la de Herodes a Jesús, por temor a que Éste le quitase el trono, ya que las Escrituras dejaban claro que Él era el Rey de los judíos. Nada tienen que ver, pues, las persecuciones precedentes o posteriores a los judíos, también profetizadas y explicadas como el resultado del justo castigo por su perfidia -infidelidad, falta de fe-, como refieren las Sagradas Escrituras.

En los puntos 67 y 68 deja entrever, ocultando lo que no concuerde con esa idea, que el Concilio Vaticano II antepuso el "amor" a la "procreación" como fin del matrimonio -lo cual no es cierto, ni a partir del Concilio Vaticano II, ni antes de él-, y saca a relucir sólo un fragmento de la "Humanae vitae" de Pablo VI, en el que se menciona la "paternidad responsable", pero no entendiendo ese pasaje dentro del conjunto de toda la Encíclica y en el sentido que la Iglesia y Pablo VI dieron al tema, sino sacándolo de contexto para darle un sentido rupturista -con la moral católica- que existe precisamente desde aquella época, y que tanto hizo sufrir al Papa Pablo VI. Por tanto, la intención que se trasluce no tiene nada que ver con ninguna "profundización de la doctrina", cosa que no existe y que está condenado por la Iglesia, sino para volver a poner sobre el tapete aquellos aspectos de dicha Encíclica que se pudieran prestar a su lectura en clave rupturista con la irreformable Doctrina católica, para así justificar la anticoncepción -al menos en esos "casos graves" inexistentes de los que le gusta hablar al Papa Francisco, que harían necesario el recurso a hacer el mal para conseguir un bien, algo completamente ajeno a la moral católica y prohibido explícitamente en la "Humanae vitae", como veremos más adelante.

El punto 75 afirma que, según la tradición latina de la Iglesia, en el sacramento del matrimonio los ministros son el varón y la mujer que se casan. Sin duda, que los ministros del sacramento del Matrimonio sean los propios cónyuges no sólo forma parte de la "tradición" -con minúscula- latina, como afirma el Papa, sino que es doctrina común para toda la Iglesia universal. La bendición del sacerdote no es parte sustancial, ni por tanto absolutamente necesaria, para la validez del sacramento, con independencia de la disparidad de ritos y costumbres que pueda haber durante la ceremonia nupcial.

El punto 77 resulta, cuanto menos, ambiguo, por lo que el Papa afirma: "Podemos decir que «toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal —una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca»". En realidad, claro que importa a qué religión se pertenezca. Alegrarse de vencer el mal puede traer "gratitud y estima", pero no es suficiente para lograr la salvación, a la que todos los seres humanos están llamados y cuya dispensación de los medios ordinarios para lograrla, estos son, los sacramentos -entre los que se incluye el Matrimonio-, es misión específica de la Iglesia por mandato expreso de Nuestro Señor, y que sólo tiene un camino: Cristo, según lo aseverado por Él mismo: "Jesús le replicó: “Soy Yo el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie va al Padre, sino por Mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre [...] El que me ha visto, ha visto a mi Padre [...] Y Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Intercesor, que quede siempre con vosotros, el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; mas vosotros lo conocéis, porque Él mora con vosotros y estará en vosotros [...] Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. El que no me ama no guardará mis palabras; y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió" (Jn XIV, 6-24).

En el siguiente punto, el 78, la ambigüedad ya deja paso directamente a la contradicción: basándose en el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que viven en concubinato o adulterio, a quienes denomina eufemísticamente como aquellos que "participan en su vida [de la Iglesia] de modo imperfecto", afirma que la Iglesia pide para ellos la gracia de la conversión y les infunde valor para hacer el bien -lo cual es completamente deseable-, para a continuación contradecir lo previamente mencionado al encomendar a esos pecadores "hacerse cargo con amor el uno del otro", en lugar de corregirles, como hizo Nuestro Señor, para que abandonen su estado de vida pecaminoso: "Vete y no peques más". Sin duda, lo que Cristo exige al pecador conlleva su misericordia y perdón y, por él, la salvación; lo que ahora el Papa propone a esos pecadores sin reconvenirles, a saber, continuar en su estado de concubinato o adulterio, justificando el amor carnal que se tienen ambos miembros de la pareja -pues no procede de, ni está orientado a Dios, que reprueba la fornicación y el adulterio-, no sólo no conduce a la salvación, sino que puede ser camino de perdición eterna si en ese estado acaeciera la muerte de los pecadores. La preocupación del Papa más debiera ser la salvación del alma inmortal de esas desdichadas personas, que su felicidad en este mundo, en el que sólo estamos de paso y que no es, en modo alguno, la meta final del hombre. Ni que dicha unión pecaminosa esté sellada por un vínculo público -el contrato mercantil que supone una boda civil, por ejemplo-, ni la cantidad de afecto que se tengan sus miembros, ni incluso la responsabilidad por la prole, constituyen en sí mismas una "oportunidad" para que la Iglesia acompañe a estas personas hacia el sacramento del matrimonio, sino su obligación: debe explicarles la Verdad, sin falsos paternalismos ni paños calientes, que sólo pasa por proponerles el matrimonio como única vía para regularizar su situación y reconciliarse con Dios y con la Iglesia. La frase "allí donde sea posible" con la que termina este punto, sólo deja lugar a aquellas parejas que viven en amancebamiento o concubinato, pues quienes han contraído válidamente el sacramento del Matrimonio -que son casi todas las parejas que se casan por la Iglesia-, no tienen ninguna posibilidad de volver a contraer Matrimonio hasta que su esposo o esposa mueran.

En el punto 80 afirma, citando en las notas el Catecismo de la Iglesia Católica -en latín, que probablemente no entiendan la mayoría de los lectores de esta Exhortación-, que el matrimonio es "en primer lugar una íntima comunidad conyugal de vida y amor", queriendo así hacer pasar la definición del mismo, por su primera y principal finalidad, que no es el amor mutuo, sino la procreación -al menos, la apertura a la misma, pues aunque luego se descubra que existen impedimentos físicos involuntarios para lograr tal fin, el matrimonio tampoco dejaría de serlo por tal causa-. Que la sexualidad esté ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer no significa que la primera finalidad del Matrimonio no sea la procreación y educación de la prole, que van unidas tanto al amor, como a la sexualidad. De hecho, la falta de amor o de sexo en un matrimonio -que puede acontecer con el paso del tiempo- no invalida éste; mientras que la voluntad previa y permanente de no querer procrear sí puede ser causa de nulidad del matrimonio -vamos, que jamás haya existido tal matrimonio, por mucho que se amen ambos miembros de la pareja-.

En el punto 82, incluso citando la ya mencionada Encíclica "Humanae vitae" de Pablo VI, la tergiversa y contradice, haciéndola decir justo lo contrario de lo que realmente dice. Así, el Papa Francisco afirma que en tal Encíclica se "hace hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad", mientras que en la misma Encíclica el Papa Pablo VI afirma literalmente, sin paliativos, que "en la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia" (punto nº 10). Como se ve, mientras que Pablo VI niega la autonomía de la decisión de usar anticonceptivos a los esposos, que deben conformarse a lo que la Iglesia ha mandado siempre, esto es, su completa prohibición -como explicita más directamente en otros puntos de la mencionada Encíclica, donde señala como siempre inmorales los anticonceptivos-, el Papa Francisco afirma justo lo contrario: que la moralidad de su uso depende de la valoración subjetiva de los esposos, lo cual es falso -tanto que sea así, como que Pablo VI o el Magisterio precedente afirmara tal cosa-. Es más, en la misma Encíclica el Papa Pablo VI afirma, en el apartado de "Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos", además del "aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas" [...] igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación". A continuación, Pablo VI declara, una vez más, justo lo contrario de lo que afirma el Papa Francisco (punto 42 de esta Exhortación): "Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda".

Al final del siguiente punto, el 83, el Papa Francisco vuelve a hacer pasar sus opiniones personales, totalmente discutibles, por la última palabra de la Iglesia sobre ciertos temas morales gravísimos, como el aborto o la eutanasia, que implican el asesinato de seres humanos inocentes, poniéndolos al mismo nivel que la pena de muerte, al afirmar lo siguiente: "Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia», sino también «rechaza con firmeza la pena de muerte»", lo cual es falso, como puede comprobarse no sólo buscando los documentos del Magisterio pontificio y conciliar precedente, así como la enseñanza constante de la Iglesia en esta materia, que demostraría la falsedad de dicha afirmación, sino simplemente leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, que en su punto nº 2267 dice: "La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas". Como se ve, lo que afirma el Papa Francisco no sólo es lo contrario de lo que siempre ha enseñado la Iglesia y que recoge el Catecismo, sino que es sumamente injusto al equiparar el asesinato de seres humanos inocentes -como en el caso del aborto o la eutanasia-, con el ajusticiamento de criminales de los que se ha demostrado su culpabilidad. ¿Puede considerarse "misericordiosa" y, sobre todo, justa, dicha actitud, intentando ocultar, además, la verdad? En la próxima entrada del blog, que será la tercera parte de este análisis de la Exhortación "Amoris laetitia", continuaré a partir de este punto, o sea, del capítulo cuarto en adelante.

3 comentarios :

  1. Lo puse en su anterior entrada, y lo vuelvo a repetir para que quede absolutamente claro, y además, para que lo vean los cegatos, lo escribo en mayúsculas: FRANCISCO DE BERGOGLIO LE HA ECHADO UN ENVITE A DIOS. Y la Provocación o incitación hacia Dios tiene una finalidad clara: Revocar Sus Mandamientos. Abolir Su Doctrina.

    El miedo tiene paralizado a los católicos conscientes de la situación. Aterrorizados por la falta de fe, de la Gracia sobrenatural, se agarran a un clavo ardiendo o a las chillonas consignas del plan B ("nada ha cambiado...") para seguir tozuda y ciegamente callados ante la abominación que está llevando a cabo Bergoglio en la Iglesia. Me avergüenza como hombre el silencio de los pastores, y como católico, los vomito. Se han pocisionado junto a un hereje, y han traicionado, los muy cobardes, a Jesucristo. Condeno a esta jerarquía que calla contra el plan de iniquidad trazado milimetricamente por los enemigos del Dios Católico Uno y Trino.


    @olorapescadero

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  2. Bergoglio lleva a rajatabla la política de los hechos consumados. Un ejemplo cecano; lo que hizo con el lavatorio del Jueves Santo. Primero se pasó las normas y las rúbricas de la Iglesia por el arco del triunfo, demostrando una vez más, y amparándose en su falsa misericordina, su chulángano estilo y su falta de amor por la tradición. Lavó los pies, estando prohibido, de ateos, moros musulmanes, homosexuales, transexuales. Y cuando ya todo el mundo pensaba que no hacía nada extraño que fuese contra las normas de la Iglesia, sacó el Decreto en donde plasma canónicamente sus aberraciones cometidas lis anos anteriores. Pues lo mismo hará con la Doctrina. Cuando ya todo el mundo, pasado un cierto tiempo, piense que la comunión a los divorciados vueltos a "arrejuntar" es lo más normal del mundo, èl aprovechará para poner su firma a esa aberración. Y es así como trabaja ka criaturita, esperando agazapado el sueño de los justos para lanzarse al cuello.





    Ps. Espero haberme explicado, resulta que estoy con gripazo que no me deja centrarme.


    @olorapescadero

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    1. No, es peor: no cumple ni siquiera su propio decreto, hace lo que le da la gana. «L'Eglise, c'est moi». Y los que deberían hablar no dicen ni mu.

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