Este análisis del capítulo 7 de la Exhortación "Amoris laetitia", que como ya señalé en la entrada anterior (ver aquí) comienza en el punto nº 259, y que está dedicado a la educación de los hijos, es significativamente menos extenso que las cuatro partes anteriores, debido a que quiero analizar por separado el siguiente capítulo del documento, que sería el octavo -el más comentado y polémico-, en la próxima entrada del blog.
Entrando ya en materia, en el punto 261 el Papa Francisco vuelve a citarse a sí mismo -es, pues, "autorreferencial"- para sostener esa curiosa teoría de que "el tiempo es superior al espacio", que ya expuso en su "Evangelii gaudium".
A partir del punto 263 se dedica a hablar sobre la formación ética de los hijos, pero nada de su formación religiosa.
En el punto 265 habla de hacer el bien, no porque lo contrario sea una ofensa a Dios, sino porque "eso que captamos como bueno lo es también «para nosotros» aquí y ahora". El juicio moral dependería de si el bien nos atrae más, de forma sensible o afectiva, que el mal: "Por más que la conciencia nos dicte determinado juicio moral, en ocasiones tienen más poder otras cosas que nos atraen, si no hemos logrado que el bien captado por la mente se arraigue en nosotros como profunda inclinación afectiva, como un gusto por el bien que pese más que otros atractivos". Obvia la noción católica de pecado y reduce el bien al plano afectivo.
En el punto 267 dice que la "dignidad humana exige que cada uno «actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro»". Tal afirmación está tomada del documento conciliar "Gaudium et spes", pero, nuevamente, esta cita también está cercenada. Ese documento conciliar no sugiere que la dignidad humana provenga de la simple libertad de elección, convirtiendo en algo bueno el mal, por el mero hecho de haberse hecho libremente, sino únicamente cuando se elige libremente el bien, y siempre teniendo en cuenta el juicio de Dios: "El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios según la conducta buena o mala que haya observado".
Nuevamente, en el punto 268 transmite la idea, con una perspectiva totalmente mundana, de que el mal -"las malas acciones", como lo denomina-, lo es por las consecuencias negativas que pueda tener sobre otras personas, y no, en primer lugar y sobre todo, por la ofensa hecha a Dios: "es indispensable sensibilizar al niño o al adolescente para que advierta que las malas acciones tienen consecuencias. Hay que despertar la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de dolerse por su sufrimiento cuando se le ha hecho daño". El fomento del dolor por el pecado cometido se basa solamente, como se aprecia en dicha frase, en el sufrimiento inferido a otra persona, excluyendo la ofensa a Dios, que debería ser la primera motivación.
En el punto 273, para justificar la comisión de malas acciones, pone el ejemplo de los drogadictos al sostener que la comisión de dichas malas acciones, aunque a veces sea voluntaria, puede no ser libre, como si pudiera generalizarse y todo el mundo pudiera ser considerado como los drogadictos. Además, no sólo sostiene que la libertad es limitada y condicionada, sino que niega incluso la misma capacidad de elección para justificar la comisión del mal. Aquí cabría recordar que los cánones del Concilio de Trento definen como dogma de fe que el libre albedrío ha permanecido en el hombre después del pecado original, siendo herejía la negación del mismo. El libre albedrío, aunque se encuentre herido y disminuido por el pecado, sigue siendo capaz de elegir el bien en el plano natural, conservando la persona su capacidad para cometer pecados o para no cometerlos. Asimismo, el canon 5 del XVI Concilio de Cartago, aprobado por dos Papas -Inocencio I y Zósimo-, define universalmente lo siguiente: "Quienquiera dijere que la gracia de la justificación se nos da a fin de que más fácilmente podamos cumplir por la gracia lo que se nos manda hacer por el libre albedrío, como si, aun sin dársenos la gracia, pudiéramos, no ciertamente con facilidad, pero pudiéramos al menos cumplir los divinos mandamientos, sea anatema". Es decir: absolutamente todo el mundo es capaz de cumplir los Mandamientos -aunque para hacerlo durante toda la vida se necesite la gracia- y, de hecho, tiene la obligación moral de hacerlo, simplemente por tener libre albedrío.
En el punto 274, con el que empieza el apartado dedicado a "La vida familiar como contexto educativo", vuelve a centrarse únicamente en "los valores humanos", que basa en la emotividad. Los valores religiosos brillan por su ausencia.
En el punto 277, donde saca a relucir su ideología al introducir el tema de la Ecología, hace afirmaciones tan sorprendentes como ésta: "La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad". Ni que decir tiene que tal idea es totalmente ajena a la concepción católica del mundo.
A partir del punto 280 y siguientes, se trata la educación sexual de niños y adolescentes, pero desligándola completamente de la dimensión religiosa de la sexualidad, que ni se menciona hasta los últimos cuatro puntos de este capítulo. Además, en el punto 286 llega a afirmar, con un lenguaje claramente influenciado por la ideología de género, que "lo masculino y lo femenino no son algo rígido", frase que, sacada de contexto, cualquiera puede malinterpretar, aunque aquí se refiera a la flexibilidad de los esposos a la hora de asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos. Sin embargo, vuelve a mostrar únicamente sus ideas personales, totalmente influenciadas por la concepción occidental actual "políticamente correcta", cuando niega el reparto tradicional de roles en el seno familiar, que de por sí no es algo negativo, aunque el Papa así lo considere -concretamente, dice: "esto gracias a Dios ha cambiado"-.
Para concluir este capítulo, cabe destacar que en el punto 289 el Papa nos recuerda que Jesús comía y bebía con pecadores, que habló con la samaritana, que recibió de noche a Nicodemo, que se dejó ungir sus pies por una mujer prostituta -contra la voluntad de los Apóstoles, dicho sea de paso, lo cual no menciona-, o que se detenía a tocar a los enfermos, para transmitir que no hay que despreciar a los demás, ni recluirse en "grupos de selectos". Pero lo que no dice es que el Señor no hacía tales cosas para confirmarles en sus miserias y pecados, sino justo para lo contrario: para que cambiasen. Hay, por tanto, que amar al pecador, pero no así sus pecados, que hay que despreciar y rechazar clara y firmemente, para no darles la falsa idea de que se acepta su mala forma de vida.
En la próxima entrada dedicada a la Exhortación Apostólica "Amoris laetitia", que será la sexta parte del análisis que he efectuado de este documento, continuaré con el polémico capítulo octavo del mismo.
respeten la catolicidad de la iglesia
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