Laetare, Jerusalem, et conventum facite, omnes qui diligitis eam: gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae - Ps. 121 Laetatus sum in his, quae dieta sunt mihi: In domun Domini ibimus. Gloria Patri...
Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos los que estuvisteis tristes; para que os llenéis de júbilo y recibáis los consuelos que manan de sus pechos. Me alegré cuando se me dijo: Iremos a la casa del Señor. Gloria al Padre...
El IV domingo, llamado Laetare (del introito), de los "cinco panes" (del Evangelio), y de la "rosa de oro" (de la bendición de la misma), es de los más celebrados del año litúrgico. Por coincidir en la mitad de Cuaresma y suponer la Iglesia que los cristianos han vivido hasta aquí embargados, como ella, de una santa tristeza, la liturgia de este domingo se propone renovar en los ayunadores cuaresmales la alegría y la esperanza que todavía han menester hasta llegar al triunfo pascual.
A ese fin, además de elegir textos muy hermosos y muy adecuados para infundir alientos, permite en el templo las flores de adorno, el uso del órgano y hasta de ornamentos de color rosa; todo lo cual causa la impresión de ser éste un día de asueto litúrgico, podríamos decir, y de respiro espiritual. La Iglesia se alegra hoy intensamente, pero con moderación todavía, como quien está dispuesta a reanudar en seguida las penitencias y las meditaciones dolorosas.
El rito característico de este domingo es la bendición de la rosa de oro, que efectúa en Roma el mismo soberano Pontífice. Data de hacia el siglo X, y viene a ser como un anuncio poético de la proximidad de la Pascua florida.
Antiguamente la ceremonia se celebraba en el palacio de Letrán, residencia habitual de los Papas, desde donde el Pontífice, montado a caballo y con la tiara, y acompañado por el Sacro Colegio y el público de la ciudad, llevaba la rosa bendita a la iglesia "estacional", que lo era Santa Cruz de Jerusalén.
Hoy se hace todo en el Vaticano, por lo que la ceremonia no suscita ya tanto el entusiasmo popular, si bien su eco resuena en todo el mundo, merced a las informaciones de los diarios.
Además de bendecirla, el Papa unge la rosa de oro con el Santo Crisma y la espolvorea con polvos olorosos, conforme al uso tradicional. Al fin la regala a algún alto personaje del mundo católico, a alguna ciudad, etcétera, a quien quiere honrar; y por eso "dícese que su bendición sustituyó a la de las llaves de oro y plata, con limaduras de la cadena de San Pedro, que los soberanos Pontífices enviaban antiguamente a los príncipes cristianos, en pago de haberle proporcionado ellos reliquias de los apóstoles" (6).
Místicamente, representa esta rosa a Jesucristo resucitado, como lo explican los varios discursos pronunciados por los Papas en la ceremonia (7). El origen de la ceremonia quizá derive de la fiesta bizantina de la media cuaresma, aunque también puede ser que provenga de que antiguamente se solemnizaba en Roma el principio del ayuno preparatorio para Pascua, que abarcaba entonces 3 semanas (8).
R. P. Andrés Azcárate (1951): La Flor de la Liturgia.
Abadía San Benito, B. Aires. 6a. Ed.
Abadía San Benito, B. Aires. 6a. Ed.
(6) Para ello ninguna guía mejor que el "Liber Sacramentorum" del Card. Schuster.
(7) Molien: "La Priere de l'Eglise", I, p. 304.
(8) Cf. "Année Lit." (Careme) de Dom Guéranger.
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