El pasado domingo, 11 de enero de 2009, festividad del Bautismo del Señor, el Santo Padre bautizó a trece niños en la capilla Sixtina del Vaticano, donde volvió a celebrar la Santa Misa (Novus Ordo) ad orientem. En la página web oficial de la Santa Sede puede leerse la homilía íntegra de SS. Benedicto XVI para la ocasión; aunque no está en español, por lo que la he traducido personalmente del italiano (puede leerse en italiano en este enlace) Es bastante difícil encontrar fotografías del Santo Padre celebrando ad orientem (pese a hacerlo a diario cuando celebra en privado) La que ilustra esta entrada fue tomada por Maurizio Brambatti/AFP/Getty Images.
FESTIVIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
SANTA MISA Y BAUTISMO DE LOS NIÑOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Capilla Sistina. Domingo 11 de enero de 2009
¡Queridos hermanos y hermanas!
Las palabras que el evangelista Marcos nos trae al principio de su evangelio: "Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco" (1, 11) nos introducen en el corazón de la festividad del Bautismo del Señor de hoy, con la que concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de la solemnidad de la natividad que nos hace meditar sobre el nacimiento de Jesús anunciado por los ángeles rodeados del esplendor luminoso de Dios; tiempo de Navidad que nos habla sobre la estrella que dirijó a los Reyes Magos hasta la cueva de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán mientras resuena la voz de Dios. Son todo señales a través de las cuales el Señor no para de repetirnos: "Sí, Estoy aquí. Os conozco. Os Amo. Hay un camino que va desde Mi hacia vosotros. Y hay un camino que parte de vosotros hacia Mi". El creador ha asumido en Jesús la dimensión de un niño, de un humano como nosotros, para poder hacerse ver y tocar. Al mismo tiempo, con su empequeñecimiento, Dios ha hecho resplandecer la luz de su grandeza. Porque, con la propia humillación hasta la impotencia desarmada del amor, Él demuestra lo que es la verdadera grandeza, de hecho, lo que quiere decir ser Dios.
El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico, es en realidad que uno se acerque a estos signos divinos, para reconocerlos impresos en los acontecimientos de cada día, para que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifania sirven sobretodo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la festividad del Bautismo de Jesús introduce, podríamos decir, a la cotidianeidad de una relación personal con Él. De hecho, mediante la inmersión en las aguas del Jordán, Jesús se ha unido a nosotros. El bautismo es por así decirlo el puente que ha construido entre Él y nosotros, el camino por el cual se vuelve accesible para nosotros; es el arco iris divino en nuestra vida, la promesa del gran 'sí' de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que indica el camino a recorrer de manera activa y alegre para encontrarle y sentirse amados por Él.
Queridos amigos, estoy realmente contento de que también este año, en este día festivo, se me dé la oportunidad de bautizar a los niños. Sobre ellos se posa hoy la "complacencia" de Dios. Desde que el Hijo Unigénito del Padre se hizo bautizar, el cielo realmente está abierto y continúa abriéndose, y se puede confiar cada nueva vida que florece a las manos de Quien es más poderoso que las oscuras potencias del mal. Esto en efecto implica el bautismo: devolvemos a Dios lo que de Él procede. El niño no es propiedad de los padres, sino que se lo confía el creador a su responsabilidad, libremente y de manera siempre nueva, de modo que le ayuden a que sea un hijo de Dios libre. Sólo si los padres toman conciencia de este hecho lograrán encontrar el equilibrio justo entre la pretension de poder disponer de los propios hijos como si fueran una propiedad privada moldeándoles de acuerdo a las propias ideas y deseos, y la actitud libertaria que se expresa en dejarles crecer en completa autonomía satisfeciendo cada uno de sus deseos y aspiraciones, considerándolo un modo justo de cultivar su personalidad. Si, con este Sacramento, el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que le protege y defiende de las fuerzas oscuras del Maligno, es necesario enseñarle a reconocer a Dios como su padre y a saber relacionarse con Él con actitud de hijo. Y por lo tanto, cuando, según la tradición cristiana como hacemos hoy, se bautiza a los niños introduciéndoles en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se les violenta, sino que se les da la abundancia de la vida divina en la que radica la verdadera libertad que es propia de los hijos de Dios; una libertad que deberá ser educada y formada con el madurar de los años, para que les haga capaces de elecciones personales responsables.
Queridos padres, queridos padrinos y madrinas, os saludo a todos con afecto y me uno a vuestra alegría por estos pequeños que hoy renacen a la vida eterna. Sed conscientes del don recibido y no ceséis de agradecer al Señor que, con el sacramento de hoy, introduce a vuestros niños en una nueva familia, más grande y estable, más abierta y numerosa de lo que es la vuestra: me refiero a la familia de los creyentes, a la Iglesia, una familia que tiene a Dios por Padre y en la cual todos se reconocen hermanos en Jesucristo. Vosotros por tanto confiáis vuestros hijos a la bondad de Dios, que es potencia de luz y de amor; y ellos, incluso en las dificultades de la vida, no se sentirán nunca abandonados, si permanecen unidos a Él. Preocupaos por tanto de educarles en la fe, de enseñarles a rezar y a crecer como hacía Jesús y con su ayuda, "en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (cfr Lc. 2, 52).
Volviendo ahora al pasaje evangélico, tratemos de comprender aún más lo que hoy ocurre aquí. San Marcos narra que, mientras Juan el Bautista predicaba a orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión ante la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, confundido entre la gente, se presenta para ser bautizado. El de Juan era ciertamente un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús. En ese momento, sin embargo, se entrevé ya la misión del Redentor ya que, cuando sale del agua, resuena una voz del cielo y sobre Él desciende el Espíritu Santo (cfr Mc. 1,10): el Padre celestial le proclama su Hijo predilecto y declara públicamente su misión salvífica universal, que se cumplirá plenamente con su muerte de cruz y su resurrección. Sólo entonces, con el sacrificio pascual, se hará universal y total la remisión de los pecados. Con el Bautismo no nos sumergimos entonces simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro empeño de conversión, sino que se infunde sobre nosotros la Sangre redentora de cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en quien Él ha puesto su complacencia, que nos devuelve la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente “hijos” de Dios.
Dentro de poco reviviremos este misterio evocado en la solemnidad de hoy; los signos y símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a comprender lo que el Señor obra en el corazón de estos pequeños nuestros, volviéndoles "suyos" para siempre, morada elegida de su Espíritu y "piedras vivas" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María, Madre de Jesús, el Hijo amado de Dios, vele por ellos y por sus familias, les acompañe siempre, para que puedan realizar hasta el final el proyecto de salvación que con el Bautismo se realiza en sus vidas. Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, acompañémosles con nuestra oración; oremos por los padres, los padrinos y las madrinas y por sus familiares, para que les ayuden a crecer en la fe; oremos por todos nosotros aquí presentes para que participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de nuestro Bautismo y demos gracias al Señor por su asistencia constante. ¡Amen!
Las palabras que el evangelista Marcos nos trae al principio de su evangelio: "Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco" (1, 11) nos introducen en el corazón de la festividad del Bautismo del Señor de hoy, con la que concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de la solemnidad de la natividad que nos hace meditar sobre el nacimiento de Jesús anunciado por los ángeles rodeados del esplendor luminoso de Dios; tiempo de Navidad que nos habla sobre la estrella que dirijó a los Reyes Magos hasta la cueva de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán mientras resuena la voz de Dios. Son todo señales a través de las cuales el Señor no para de repetirnos: "Sí, Estoy aquí. Os conozco. Os Amo. Hay un camino que va desde Mi hacia vosotros. Y hay un camino que parte de vosotros hacia Mi". El creador ha asumido en Jesús la dimensión de un niño, de un humano como nosotros, para poder hacerse ver y tocar. Al mismo tiempo, con su empequeñecimiento, Dios ha hecho resplandecer la luz de su grandeza. Porque, con la propia humillación hasta la impotencia desarmada del amor, Él demuestra lo que es la verdadera grandeza, de hecho, lo que quiere decir ser Dios.
El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico, es en realidad que uno se acerque a estos signos divinos, para reconocerlos impresos en los acontecimientos de cada día, para que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifania sirven sobretodo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la festividad del Bautismo de Jesús introduce, podríamos decir, a la cotidianeidad de una relación personal con Él. De hecho, mediante la inmersión en las aguas del Jordán, Jesús se ha unido a nosotros. El bautismo es por así decirlo el puente que ha construido entre Él y nosotros, el camino por el cual se vuelve accesible para nosotros; es el arco iris divino en nuestra vida, la promesa del gran 'sí' de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que indica el camino a recorrer de manera activa y alegre para encontrarle y sentirse amados por Él.
Queridos amigos, estoy realmente contento de que también este año, en este día festivo, se me dé la oportunidad de bautizar a los niños. Sobre ellos se posa hoy la "complacencia" de Dios. Desde que el Hijo Unigénito del Padre se hizo bautizar, el cielo realmente está abierto y continúa abriéndose, y se puede confiar cada nueva vida que florece a las manos de Quien es más poderoso que las oscuras potencias del mal. Esto en efecto implica el bautismo: devolvemos a Dios lo que de Él procede. El niño no es propiedad de los padres, sino que se lo confía el creador a su responsabilidad, libremente y de manera siempre nueva, de modo que le ayuden a que sea un hijo de Dios libre. Sólo si los padres toman conciencia de este hecho lograrán encontrar el equilibrio justo entre la pretension de poder disponer de los propios hijos como si fueran una propiedad privada moldeándoles de acuerdo a las propias ideas y deseos, y la actitud libertaria que se expresa en dejarles crecer en completa autonomía satisfeciendo cada uno de sus deseos y aspiraciones, considerándolo un modo justo de cultivar su personalidad. Si, con este Sacramento, el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que le protege y defiende de las fuerzas oscuras del Maligno, es necesario enseñarle a reconocer a Dios como su padre y a saber relacionarse con Él con actitud de hijo. Y por lo tanto, cuando, según la tradición cristiana como hacemos hoy, se bautiza a los niños introduciéndoles en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se les violenta, sino que se les da la abundancia de la vida divina en la que radica la verdadera libertad que es propia de los hijos de Dios; una libertad que deberá ser educada y formada con el madurar de los años, para que les haga capaces de elecciones personales responsables.
Queridos padres, queridos padrinos y madrinas, os saludo a todos con afecto y me uno a vuestra alegría por estos pequeños que hoy renacen a la vida eterna. Sed conscientes del don recibido y no ceséis de agradecer al Señor que, con el sacramento de hoy, introduce a vuestros niños en una nueva familia, más grande y estable, más abierta y numerosa de lo que es la vuestra: me refiero a la familia de los creyentes, a la Iglesia, una familia que tiene a Dios por Padre y en la cual todos se reconocen hermanos en Jesucristo. Vosotros por tanto confiáis vuestros hijos a la bondad de Dios, que es potencia de luz y de amor; y ellos, incluso en las dificultades de la vida, no se sentirán nunca abandonados, si permanecen unidos a Él. Preocupaos por tanto de educarles en la fe, de enseñarles a rezar y a crecer como hacía Jesús y con su ayuda, "en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (cfr Lc. 2, 52).
Volviendo ahora al pasaje evangélico, tratemos de comprender aún más lo que hoy ocurre aquí. San Marcos narra que, mientras Juan el Bautista predicaba a orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión ante la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, confundido entre la gente, se presenta para ser bautizado. El de Juan era ciertamente un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús. En ese momento, sin embargo, se entrevé ya la misión del Redentor ya que, cuando sale del agua, resuena una voz del cielo y sobre Él desciende el Espíritu Santo (cfr Mc. 1,10): el Padre celestial le proclama su Hijo predilecto y declara públicamente su misión salvífica universal, que se cumplirá plenamente con su muerte de cruz y su resurrección. Sólo entonces, con el sacrificio pascual, se hará universal y total la remisión de los pecados. Con el Bautismo no nos sumergimos entonces simplemente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro empeño de conversión, sino que se infunde sobre nosotros la Sangre redentora de cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en quien Él ha puesto su complacencia, que nos devuelve la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente “hijos” de Dios.
Dentro de poco reviviremos este misterio evocado en la solemnidad de hoy; los signos y símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a comprender lo que el Señor obra en el corazón de estos pequeños nuestros, volviéndoles "suyos" para siempre, morada elegida de su Espíritu y "piedras vivas" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María, Madre de Jesús, el Hijo amado de Dios, vele por ellos y por sus familias, les acompañe siempre, para que puedan realizar hasta el final el proyecto de salvación que con el Bautismo se realiza en sus vidas. Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, acompañémosles con nuestra oración; oremos por los padres, los padrinos y las madrinas y por sus familiares, para que les ayuden a crecer en la fe; oremos por todos nosotros aquí presentes para que participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de nuestro Bautismo y demos gracias al Señor por su asistencia constante. ¡Amen!
Una entrada magnífica, como siempre. ¡Gracias!
ResponderEliminarÁlvaro
Gracias a ti, Álvaro, por seguir mi blog y participar en él con tus comentarios. Espero que sigas haciéndolo en el futuro.
ResponderEliminarUn abrazo, en Cristo
+ CATHOLICVS
Excelente y muy sobrenatural
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