El alejamiento de la fe católica, cuando no su negación, por parte de muchos jesuitas ha sido una constante desde hace décadas, por lo que ya sorprende a poca gente. Lo que ahora resulta novedoso es que sean sus propios superiores -los Prepósitos Generales de la Compañía de Jesús- quienes lo hagan a pleno pulmón y sin darnos tiempo a los católicos para reponernos de sus heterodoxos despropósitos.
Cuando ha pasado poco más de una semana desde que Adolfo Nicolás, S. I., el anterior Prepósito, nos deleitara con una entrevista llena de perlas, como que es imposible evangelizar Japón sin aliarse con el sintoísmo y el budismo, al que considera que "es obra del Espíritu" (ver aquí), ahora ha sido el nuevo Prepósito, el venezolano de pasado chavista Arturo Sosa Abascal, S. I. (en la foto que abre esta entrada, haciéndose un "selfie" a mandíbula batiente junto al avieso Antonio Spadaro, S. I.), quien ha concedido otra entrevista al vaticanista suizo Giuseppe Rusconi, que es digna de leerse... ¡y de no creerse!
En ella pone en duda la historicidad de los Evangelios y la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, su interpretación verdadera por parte de la Iglesia y la universalidad de los preceptos divinos -destinados a todos los hombres de todas las épocas-; mientras, por otro lado, defiende la "evolución" del dogma -condenado por la Iglesia-, la primacía de la conciencia por encima de la Verdad -también condenado por la Iglesia-, y afirma que hay que reinterpretar las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en lo concerniente a Su prohibición absoluta del adulterio.
En primer lugar, transcribiré la parte de la entrevista que ha publicado en su blog Sandro Magister, y a continuación pondré varias citas del Catecismo y del Magisterio de la Iglesia que ponen de relieve la falsedad y heterodoxia de las afirmaciones de Arturo Sosa (la negrita es mía):
P. – El cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, ha dicho a propósito del matrimonio que las palabras de Jesús son muy claras y que "ningún poder en el cielo y en la tierra, ni un ángel ni el Papa, ni un concilio ni una ley de los obispos, tiene la facultad de modificarlas".
R. – Antes que nada sería necesario comenzar una buena reflexión sobre lo que verdaderamente dijo Jesús. En esa época nadie tenía una grabadora para registrar sus palabras. Lo que se sabe es que las palabras de Jesús hay que ponerlas en contexto, están expresadas con un lenguaje, en un ambiente concreto, están dirigidas a alguien determinado.
P. – Pero entonces, si hay que examinar todas las palabras de Jesús y reconducirlas a su contexto histórico significa que no tienen un valor absoluto.
R. – En el último siglo han surgido en la Iglesia muchos estudios que intentan entender exactamente qué quería decir Jesús... Esto no es relativismo, pero certifica que la palabra es relativa, el Evangelio está escrito por seres humanos, está aceptado por la Iglesia que, a su vez, está formada por seres humanos… ¡Por lo tanto, es verdad que nadie puede cambiar la palabra de Jesús, pero es necesario saber cuál ha sido [esa palabra]!
P. – Entonces, ¿también es discutible la afirmación en Mateo 19, 3-6: "Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"?
R. – Me identifico con lo que dice el Papa Francisco. No se pone en duda, se pone en discernimiento…
P. – Pero el discernimiento es valoración, es elección entre distintas opciones. Ya no hay la obligación de seguir una única interpretación…
R. – No, la obligación existe siempre, pero de seguir los resultados del discernimiento.
P. – Pero la decisión final se funda sobre un juicio en relación a distintas hipótesis. Por lo tanto, toma en consideración también la hipótesis de que la frase "pues lo que Dios ha unido…" no sea exactamente como aparece. En resumen, pone en duda la palabra de Jesús.
R. – No la palabra de Jesús, sino la palabra de Jesús tal como nosotros la hemos interpretado. El discernimiento no elige entre distintas hipótesis, pero se pone a la escucha del Espíritu Santo que, como Jesús prometió, nos ayuda a entender los signos de la presencia de Dios en la historia humana.
P. - Pero, ¿cómo se discierne?
R. – El Papa Francisco discierne siguiendo a San Ignacio, como toda la Compañía de Jesús: hay que buscar y encontrar la voluntad de Dios, decía San Ignacio. No es una búsqueda en broma. El discernimiento lleva a una decisión: no se debe sólo valorar, sino que hay que decidir.
P. – ¿Y quién debe decidir?
R. – La Iglesia ha confirmado siempre la prioridad de la conciencia personal.
P. – Por lo tanto, si la conciencia, después del discernimiento, me dice que puedo hacer la comunión aunque la norma no lo prevea…
R. – La Iglesia se ha desarrollado a lo largo de los siglos, no es un pedazo de hormigón. Nació, ha aprendido, ha cambiado. Por esto se hacen los concilios ecuménicos, para intentar centrar los desarrollos de la doctrina. Doctrina es una palabra que no me gusta mucho, lleva consigo la imagen de la dureza de la piedra. En cambio la realidad humana es mucho más difuminada, no es nunca blanca o negra, está en un desarrollo continuo.
P. – Me parece entender que para usted la praxis del discernimiento tiene prioridad sobre la doctrina.
R. – Sí, pero la doctrina forma parte del discernimiento. Un verdadero discernimento no puede prescindir de la doctrina.
P. – Pero puede llegar a conclusiones distintas a la doctrina.
R. – Esto sí, porque la doctrina no sustituye al discernimiento, como tampoco al Espíritu Santo.
Y aquí está lo que, al respecto, dicen los Santos Evangelios, el Catecismo de la Iglesia Católica, la Doctrina y Magisterio de la Iglesia. Concretamente, el Apóstol San Pablo, San Vicente de Lérins, el Concilio Vaticano I, el Concilio Vaticano II, el Beato Pablo VI y San Juan Pablo II:
1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral (Catecismo de la Iglesia Católica).
"Hablar de un conflicto entre la conciencia y el Magisterio es lo mismo que hablar de conflicto entre el ojo y la luz" (Carlo S.R.E. Card. Caffarra, Conciencia, Verdad y Magisterio en la Moral conyugal -Truth and Magisterium in conjugal Morality-, Revista "Anthropos" nº 1, 1986, pág. 83).
Los cristianos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana (Declaración del Concilio Vaticano II "Dignitatis humanae").
"...los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir [...] no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social".
El Espíritu de Dios que asiste al Magisterio en el proponer la doctrina, ilumina internamente los corazones de los fieles, invitándolos a prestar su asentimiento (Carta Encíclica Humanae vitae nº 10 y nº 29, del Beato Pablo VI).
No puede pensarse que la oposición de la conciencia al Magisterio (guiado por el Espíritu Santo) pueda ser fruto de la docilidad de la conciencia al mismo Espíritu Santo (Cf. el desarrollo de este punto en R. García de Haro, Magisterio, norma y conciencia, op. cit., pp. 68-70).
La autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de conciencia no es nunca libertad «con respecto a» la verdad, sino siempre y sólo «en» la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (cf. Ef 4,14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella (Carta Encíclica Veritatis Splendor nº 64, de San Juan Pablo II).
El Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia [...] apelar a esta conciencia precisamente para constestar la verdad de cuanto enseña el Magisterio, comporta el rechazo de la concepción católica de Magisterio y de la conciencia moral (Discurso de San Juan Pablo Ii a los participantes en el II Congreso internacional de Teología Moral, 12 de noviembre de 1988, en L´Osservatore Romano, 22 de enero de 1989, p. 9, nº 4).
Por último, me gustaría recordar estas tres citas de San Vicente de Lérins, del Concilio Vaticano I y del Apóstol San Pablo en los Santos Evangelios, a propósito de la falsa "evolución" del dogma (eufemismo empleado por los heterodoxos para defender -y tratar de imponer- posturas e ideas contrarias a la fe católica):
Sostenemos la fe que ha sido creída en todas partes, siempre, por todos
(QVOD VBIQVE QVOD SEMPER QVOD AB OMNIBVS CREDITVM EST)
Es decir, la verdad católica básica que legitima el desarrollo de la doctrina católica deja intacta "la misma doctrina, el mismo sentido y la misma interpretación", exactamente como afirmó el Concilio Vaticano I, que condena justamente lo contrario en el Canon III del capítulo IV, "Sobre la fe y la razón", de la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano I «Filius Dei» sobre la Fe Católica:
Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema.
Hagamos caso, pues, de las palabras del Apóstol San Pablo:
Me sorprende que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo para seguir otro evangelio; aunque no es que haya otro, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema!
Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema! (Gal 1,6-9).