Según la Ley de Moisés, toda mujer que daba a luz un varón contraía la impureza legal por cuarenta días, después de los cuales debía ofrecer, en sacrificio expiatorio, un cordero y un pichón; y si era pobre, dos pichones o dos tórtolas. María, por la concepción virginal de Jesús y por su milagroso alumbramiento, estaba textualmente excluída de la Ley de la purificación. Con todo, quiso sujetarse a ella para ejemplo de obediencia y para no revelar los prodigios divinos (Levit., 12,2).
Otra Ley ordenaba que todo primogénito fuese ofrecido al Señor; si era de la tribu de Leví, quedaba adscrito al servicio del Templo; si pertenecía a otra tribu, era rescatado con cinco siclos de plata (Núm., 3,13; 18,15) (Evang.).
En cumplimiento de ambas Leyes, va hoy la Sagrada Familia al Templo. Allí, el anciano Simeón recibe en sus brazos al Consolador de Israel y revela a María los destinos de aquel Niño. Esta primera entrada de Cristo en el Templo había sido vaticinada por el profeta Malaquías, que lo vio entrar para transformar el culto ritual mosaico en el culto espiritual de la Religión cristiana (Epist.).
Este doble misterio de la Presentación de Cristo y de la Purificación de la Virgen se refleja en los textos de la Misa.
Bendición de las Candelas
Bendícense hoy las Candelas, para acompañar con ellas encendidas a Cristo, Luz que ilumina al mundo. Guárdanse en casa las velas benditas; en la mano del agonizante la candela encendida es una protesta de fe en la inmortalidad gloriosa que Cristo nos ha merecido.
El celebrante, con estola y pluvial morado, bendice las candelas puestas al lado de la Epístola:
Fuente de la imagen: LMS Chairman |
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