La Cuaresma es tiempo de austeridad corporal, conmemorando el ayuno de N.S.J.C. en el desierto y los tormentos que sufrió durante su Pasión, y para preparar el alma, mediante la penitencia, para la Pascua. Propios de este tiempo son el ayuno y la abstiencia (no sólo de alimentos, sino también de entretenimientos, pasiones y vicios que nos alejan de Dios o enfrían nuestra relación con Él).
La Liturgia de la Cuaresma es de las más antiguas y ricas del Año Eclesiástico. Estaba orientada fundamentalmente a preparar a los catecúmenos para su bautismo en Pascua, y a los penitentes para su reconciliación en Jueves Santo. A los catecúmenos se les sometía a tres escrutinios para conocer si estaban preparados para el bautismo, que se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto, de los que han quedado vestigios en las Misas de esas semanas.
En la elección de los textos litúrgicos es muy importante la iglesia donde cada día se celebra la estación, su titular, y todas las circunstancias de lugar y costumbres que la rodeaban. El color propio del tiempo es el morado (salvo el cuarto domingo de Cuaresma, llamado "Laetare", que significa "alegraos" por la proximidad de la Pascua, en que el color es el rosa), los altares no se adornan con flores, y el órgano enmudece (salvo el domingo señalado anteriormente).
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. Antiguamente, los cristianos que habían cometido pecados graves recibían en este día la ceniza bendita en sus frentes y eran echados del templo hasta el día de Jueves Santo, en que se reconciliaban solemnemente con Dios y con la Iglesia. Pese a haberse mitigado el rigor de antaño, nos ha quedado este rito hasta el día de hoy, en que reciben la ceniza todos los fieles como inauguración del tiempo de penitencia cuaresmal. Fue el Papa Urbano VI, en el Concilio de Benevento (1091) quien mandó que la ceniza fuese impuesta también a los simples fieles. Así, el sacerdote hace a los fieles la señal de la cruz en la frente con el dedo impregnado de la ceniza bendecida, al tiempo que les dice: "Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris" (Acuérdate, hombre, que eres polvo, y en polvo te has de convertir).
Acuérdate, hombre, que eres polvo, y en polvo te has de convertir; mortifica esa carne pecadora, que pronto se tornará en polvo, no sea que arrastre a tu alma al pecado, y dé con tu persona en el infierno. No te espante el rigor del ayuno y de la penitencia, pues por él obtendrás el perdón y la misericordia divina. Pero en tus ayunos guárdate de la ostentación farisaica, y no pretendas cobrar fama de penitente; sino ayuna con pura intención de agradar a Dios: sólo así obtendrás el fruto de la penitencia.
La Liturgia de la Cuaresma es de las más antiguas y ricas del Año Eclesiástico. Estaba orientada fundamentalmente a preparar a los catecúmenos para su bautismo en Pascua, y a los penitentes para su reconciliación en Jueves Santo. A los catecúmenos se les sometía a tres escrutinios para conocer si estaban preparados para el bautismo, que se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto, de los que han quedado vestigios en las Misas de esas semanas.
En la elección de los textos litúrgicos es muy importante la iglesia donde cada día se celebra la estación, su titular, y todas las circunstancias de lugar y costumbres que la rodeaban. El color propio del tiempo es el morado (salvo el cuarto domingo de Cuaresma, llamado "Laetare", que significa "alegraos" por la proximidad de la Pascua, en que el color es el rosa), los altares no se adornan con flores, y el órgano enmudece (salvo el domingo señalado anteriormente).
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. Antiguamente, los cristianos que habían cometido pecados graves recibían en este día la ceniza bendita en sus frentes y eran echados del templo hasta el día de Jueves Santo, en que se reconciliaban solemnemente con Dios y con la Iglesia. Pese a haberse mitigado el rigor de antaño, nos ha quedado este rito hasta el día de hoy, en que reciben la ceniza todos los fieles como inauguración del tiempo de penitencia cuaresmal. Fue el Papa Urbano VI, en el Concilio de Benevento (1091) quien mandó que la ceniza fuese impuesta también a los simples fieles. Así, el sacerdote hace a los fieles la señal de la cruz en la frente con el dedo impregnado de la ceniza bendecida, al tiempo que les dice: "Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris" (Acuérdate, hombre, que eres polvo, y en polvo te has de convertir).
Acuérdate, hombre, que eres polvo, y en polvo te has de convertir; mortifica esa carne pecadora, que pronto se tornará en polvo, no sea que arrastre a tu alma al pecado, y dé con tu persona en el infierno. No te espante el rigor del ayuno y de la penitencia, pues por él obtendrás el perdón y la misericordia divina. Pero en tus ayunos guárdate de la ostentación farisaica, y no pretendas cobrar fama de penitente; sino ayuna con pura intención de agradar a Dios: sólo así obtendrás el fruto de la penitencia.
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