Los celtas, en los que esta fiesta tiene su origen, creían en la inmortalidad del alma, y que el 31 de octubre (fecha en que finalizaba el año en su calendario) ésta volvía a su antiguo hogar a pedir comida, quedando sus moradores obligados a dársela. Cuando los celtas fueron cristianizados, no todos renunciaron a las costumbres paganas, manteniéndose las supersticiones sobre la muerte y los difuntos.
Halloween se introdujo en EE.UU a través de inmigrantes irlandeses, llegando a formar parte de las costumbres populares. Poco a poco, se le fueron añadieron otros elementos paganos hasta desembocar en la creencia en brujas, fantasmas, duendes, vampiros y todo tipo de monstruos. Actualmente, la fiesta de Halloween se está propagando por todo el mundo, gracias a la cultura consumista en la que vivimos, pues las empresas comerciales aprovechan cada oportunidad de negocio, sin importarles cómo. Halloween es para ellas un gran negocio, en el que se venden máscaras, disfraces, dulces, maquillaje y otros artículos, por lo que se fomenta el consumo del "terror".
¿Es aceptable que los niños visiten las casas de los vecinos y exijan dulces a cambio de no estropear sus paredes, o tirar huevos a las puertas y ventanas? (ver Lc. 6, 31 y Mt. 22, 37-40, acerca de la conducta hacia el prójimo).
¿Qué provecho moral y religioso obtienen los niños disfrazándose de demonios, brujas, muertos, monstruos, vampiros y otros personajes relacionados con el mal y el ocultismo, que representan a personajes contrarios a la sana moral, a la fe y a los valores del Evangelio? (ver Mt. 7, 17; Mt. 6, 13; y I Pedr. 3, 8-12, sobre el mal).
Además de promover en los niños la idea de que hacer el mal -e incluso el mal mismo- es 'bueno' una vez al año, esta fiesta -especialmente los disfraces- promueve en los niños la conciencia de que el mal y el demonio son sólo fantasías que no tienen que ver con nuestras vidas, y que no nos afectan. Sin embargo, el Evangelio nos demuestra lo contrario cuando declara taxativamente la existencia del diablo (ver Lc. 4, 2; Lc. 25, 41; St. 4, 7; I Pedr. 5, 18; y Ef. 6, 11, sobre la existencia del diablo).
Los católicos nos debemos al amor, la paz, la justicia, la luz... sin que podamos identificarnos con una fiesta que nos remite al temor, la injusticia, el miedo y la oscuridad (ver Mt. 5, 14; Jn. 8, 12; Fil. 4, 9; Gál. 5,22, sobre la paz).
Halloween no tiene nada que ver con nuestro recuerdo cristiano de los fieles difuntos, y es contrario a los principios elementales de nuestra fe. Por tanto, deberían impartirse catequesis infantiles en los días previos a esta fiesta, para enseñar a los niños el por qué de la festividad católica de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, haciéndoles ver la importancia de celebrar a nuestros Santos como modelos de la fe, por haber sido verdaderos seguidores de Jesucristo, además de explicarles sencilla, pero claramente, lo negativo de Halloween. Hay que explicarles que Dios quiere que seamos buenos y que no nos identifiquemos ni con demonios, ni con brujas, ni con monstruos, pues somos hijos de Dios.