sábado, 23 de abril de 2016

Análisis de la Exhortación Apostólica post-sinodal "Amoris laetitia", del Papa Francisco (Parte VIII y última)

Con esta entrada llegamos al noveno y último capítulo de la Exhortación, como ya señalé en la entrada anterior (ver aquí), titulado: "Espiritualidad matrimonial y familiar".

No parece casualidad que en el punto 320, para afirmar una obviedad, a saber: que "es preciso que el camino espiritual de cada uno [...] le ayude a «desilusionarse» del otro, a dejar de esperar de esa persona lo que sólo es propio del amor de Dios", aproveche para citar, de nuevo, a un hereje. En este caso se trata del "pastor" alemán protestante Dietrich Bonhoeffer, acusado de participar en uno de los atentados contra Hitler y encarcelado por ello. Los papeles y las cartas desde la cárcel de este heterodoxo "pastor" incluían frases vagas referidas a un "cristianismo sin religión", o que "Jesús nos llamó, no a una nueva religión, sino a una nueva vida". Estas ideas han estimulado la llamada "Teología secular".

En esta misma línea, en el punto 321 el Papa dice, volviéndose a citar "autorreferencialmente" a sí mismo, que "querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo". Nada de trascendencia en dicha afirmación: se trata del mundo terrenal.

En el punto 322 también cita a Gabriel Marcel, representante del "existencialismo cristiano" o "personalismo", movimiento al que el impío Jean-Paul Sartre, en su ensayo "El existencialismo es un humanismo", le adscribía, aunque el propio Marcel definía su filosofía como "neo-socrática". Sin duda, Gabriel Marcel estuvo influenciado por su padre, Henri Marcel, que era agnóstico. "Reconocía sin dificultad todo lo que el arte debe al catolicismo, pero el pensamiento católico le parecía prescrito, plagado de supersticiones absurdas. Un espíritu libre no podía, según él, seguir prestando adhesión a creencias infantiles", relata R. Troisfontaines en la página 20 de su "De l'existence 'a l'être. La philosophie de Gabriel Marcel" (De la existencia al ser. La filosofía de Gabriel Marcel).

Al final del punto 324 vuelve a emplear sus ya recurrentes alusiones a los "pobres y abandonados", al "amor social", a las "exigencias comunitarias" y a "transformar el mundo" -el mundo material-. Muy en la línea de sus ideas políticas y del "espíritu" que se respiraba en la época de su formación sacerdotal, que padecen muchos sacerdotes mayores de 65 años, claramente influenciados por el pensamiento y lenguaje marxista tan en boga en aquellos años.

En el último punto, el 325, pese a citar "Las palabras del Maestro (cf. Mt 22,30) y las de san Pablo (cf. 1 Co 7,29-31)", a continuación dice: "Pero además, contemplar la plenitud que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo como familias, para dejar de exigir a las relaciones interpersonales una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que sólo podremos encontrar en el Reino definitivo. También nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad". Como ya he comentado en otra de las partes en las que he dividido este análisis de la Exhortación, el Papa vuelve a incidir en la supuesta plenitud que aún no tienen las familias en este mundo; pero Nuestro Señor aclaró que después de este mundo ya no existirán los matrimonios, cuyo vínculo finaliza con la muerte. Por tanto, no hay ninguna plenitud matrimonial o familiar en el Cielo, como él sugiere. Está claro que lo que el Papa desea "relativizar" es la Doctrina y el Magisterio de siempre para así integrar, por la puerta de atrás, a los pecadores no arrepentidos, a los que ya no se les impele a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48), sino que se les emplaza a mantenerse en el error, pues se pretende "dejar de exigir a las relaciones interpersonales una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que sólo podremos encontrar en el Reino definitivo", a pesar de que tal idea contradiga lo dicho en las Sagradas Escrituras, donde se asegura que quienes no cumplan los mandamientos, sean limpios de corazón y coherentes con las exigencias evangélicas, no heredarán ningún "reino" (I Cor 6, 9-10), sino que se condenarán.

La primera cita, pues, lejos de apoyar su idea de la perfección familiar en el más allá, la echa por tierra: "Pues en la resurrección, ni se casan (los hombres), ni se dan (las mujeres) en matrimonio, sino que son como ángeles de Dios en el cielo"; lo mismo que la segunda cita: "los que tienen mujeres vivan como si no las tuviesen [...] porque la apariencia de este mundo pasa". Por cierto, es interesante ver la continuación de este versículo, en el que el Santo Apóstol deja bien claro que el celibato sí es mejor que el matrimonio -contra lo que opina el Papa Francisco-, como ya hemos visto anteriormente:

"Mi deseo es que viváis sin preocupaciones. El que no es casado anda solícito en las cosas del Señor, por cómo agradar al Señor; mas el que es casado, anda solícito en las cosas del mundo (buscando), cómo agradar a su mujer, y está dividido. La mujer sin marido y la doncella piensan en las cosas del Señor, para ser santas en cuerpo y espíritu; mas la casada piensa en las cosas del mundo (buscando), cómo agradar a su marido. Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos un lazo, sino en orden a lo que más conviene y os une mejor al Señor, sin distracción. Pero si alguno teme deshonor por causa de su (hija) doncella, si pasa la flor de la edad y si es preciso obrar así, haga lo que quiera; no peca. Que se casen. Mas el que se mantiene firme en su corazón y no se ve forzado, sino que es dueño de su voluntad y en su corazón ha determinado guardar a su doncella, hará bien. Quien, pues, case a su doncella, hará bien; mas el que no la casa, hará mejor.

LAS VIUDAS. La mujer está ligada todo el tiempo que viva su marido; mas si muriere el marido, queda libre para casarse con quien quiera; sólo que sea en el Señor. Sin embargo, será más feliz si permaneciere así, según el parecer mío, y creo tener también yo espíritu de Dios"
(I Co 7, 32-40).

Con esta Exhortación el Papa demuestra una impropia y sorprendente permisividad moral hacia quienes él denomina "familias heridas" o en situación "irregular", so pretexto de una mal entendida "misericordia" que contrasta con la que refleja el Evangelio, la cual, a diferencia de la que ahora se pretende imponer, no se opone a la "justicia", que es otra de las cualidades de Dios, inseparablemente unida a la anterior. No es un secreto para nadie que tras esos eufemismos -heridas, irregulares- se ocultan situaciones de pecado totalmente condenadas en el Evangelio; y más por el hecho de tratarse de pecadores pertinaces y no arrepentidos, a los que ya no se les quiere instar a cambiar de vida. Por otra parte, esta flexibilidad moral y diferencia de trato contrasta con una ofensiva intransigencia hacia quienes el Papa cree que se consideran "perfectos" -aunque en realidad todos nos sabemos pecadores-, por el simple hecho de querer conservar la fe que les ha sido transmitida y por no transigir con menos de lo exigido por el mismo Cristo.

Como conclusión, cabe señalar que, a tenor de las ideas del Papa Francisco expuestas en este larguísimo documento -más extenso que los tres Evangelios sinópticos juntos, y casi superando también el cuarto-, habría que reconocer que de nada sirvió el martirio de San Juan Bautista por denunciar públicamente el adulterio de Herodes (Mc 6, 16-18). Asimismo, los católicos también nos podríamos haber ahorrado el cisma anglicano provocado por las veleidades del adúltero Enrique VIII. En este sentido, circula por la red una imagen del monarca inglés con una leyenda que alude a la pastoral impulsada por la Exhortación 'Amoris laetitia': "Enrique VIII, después de un itinerario de acompañamiento y discernimiento, su párroco le ha dicho que puede continuar su aventura con Ana Bolena". Hoy, el héroe sería Enrique VIII, mientras que se consideraría que Santo Tomás Moro habría sido martirizado, en balde, por la "pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado", como sugiere el punto 32 de esta Exhortación. Tanto San Juan Bautista, como Santo Tomás Moro, serían hoy tachados de "rigoristas" y "corazones cerrados" que se sientan "en la cátedra de Moisés" para juzgar "con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas", como sería el caso de los pobres Herodes y Enrique VIII de Inglaterra, considerados ya ex adúlteros, pues han sido rehabilitados por la misericordiosa nueva praxis de los "atenuantes y eximentes" morales, que permiten puentear a voluntad el mismísimo Decálogo.

A pesar de que las palabras de Nuestro Señor sobre la indisolubilidad del sacramento del Matrimonio no dejan lugar a ninguna interpretación diferente a la que la Iglesia le ha dado desde que fue fundada, el Papa Francisco parece empeñado a ser más "miseridordioso" que nadie, abriendo la puerta, como ya hemos visto, a la sacrílega comunión eucarística de los adúlteros y otros pecadores no arrepentidos, para lo cual no ha dudado en malinterpretar, tergiversar y citar a medias documentos conciliares y del magisterio de los Papas anteriores -sobre todo de San Juan Pablo II-, con la intención de que parezca que cuenta con un apoyo doctrinal para su pretendida nueva praxis que, en realidad, no existe.

Como se ha señalado en numerosos artículos publicados a raíz de la aparición de este documento, en él se tergiversan y contradicen aspectos doctrinales, sobre todo el relativo al pecado y a la gracia; no se da la suficiente relevancia al papel de los padres en la educación de sus hijos; se da carta de naturaleza a las uniones de hecho y parejas adúlteras, pretendiendo equipararlas de alguna manera con el matrimonio, al que presenta como el "ideal", y las otras como formas "menos perfectas" de ese "ideal"; hace concesiones al feminismo y a la ideología de género, pese a algunas tibias críticas a ambas ideologías anticristianas; podría haberse explayado con el genocidio de este siglo: el aborto, pero no lo hace.

Y, por si fuera poco, ante la confusión generada por la Exhortación, ante la pregunta de un periodista el Papa le remite a la interpretación que el Cardenal Christoph Schönborn hizo en la presentación de la misma en la "Sala Stampa" del Vaticano. Según él, como ya recogí en esta entrada, este documento supone una ruptura, una evolución de la doctrina -algo condenado explícita y solemnemente en los cánones del Concilio Vaticano I-, que viene a superar "la artificiosa, exterior, neta división entre «regulares» e «irregulares»" -se refiere a los matrimonios y las personas que viven en adulterio, concubinato o amancebamiento-. Este documento supera las diferencias, según afirmó. No hace falta señalar que este cardenal, junto con el cardenal Walter Casper, es uno de los "teólogos" de cabecera del Papa, con quien comparten ideas. Pues este "gran teólogo", se ha atrevido a tomar una frase del Apóstol San Pablo, para defender estas heterodoxas ideas: "Dios encerró todos los hombres en la rebeldía para usar con ellos de misericordia" (Rm 11, 32). Sin embargo, el sentido de esta cita en el texto del Evangelio es totalmente diferente a la que él le otorga. Es lo que ya hemos visto a lo largo de este análisis, en la línea de lo que suelen hacer en las sectas protestantes: tomar cualquier frase de las Sagradas Escrituras y darle el sentido que se quiera, según interese, aunque no guarde relación con lo que el mismo texto dice o sugiere. Y, por supuesto, en total contradicción con el Magisterio y con la interpretación que la Iglesia le ha dado siempre. Hay que señalar el especial interés de este cardenal con el tema en cuestión, pues es hijo de padres divorciados... vueltos a casar -adúlteros, en una palabra-. La forma de "rehabilitarles" no debería pasar por intentar cambiar lo que no puede ser cambiado, ni dar falsas esperanzas a otras personas en la misma situación. Más le valdría hacer caso del Apóstol San Pablo cuando afirma:

"¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios" (I Cor 6, 9-10).

A lo largo de este análisis, casi tan largo como la propia Exhortación -creo que el documento lo requería-, pueden encontrarse elementos de juicio y argumentos suficientes para que cada uno se haga una idea del estado de la cuestión y saque sus propias conclusiones. No temo por la Iglesia, pues PORTAE INFERI NON PRAEVALEBVNT ADVERSVUM EAM -las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella- (Mt XVI, 18), pero me preocupa la salvación de las almas.

A modo de conclusión sólo me resta citar, una vez más, al Apóstol San Pablo:

"Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema. ¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si aun tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo" (Gal I, 7-10).

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