martes, 12 de abril de 2016

Análisis de la Exhortación Apostólica post-sinodal "Amoris laetitia", del Papa Francisco (Parte III)

Tras lo dicho en el capítulo anterior (ver aquí), el cuarto capítulo que ahora voy a analizar está dedicado al amor en el matrimonio. Comienza poniendo el himno de la caridad de San Pablo (I Co XIII, 4-7), para, valiéndose de él, desarrollar el tema. En el análisis filológico de las propias palabras del texto en griego del que se ha valido -pese a que la versión oficial de la Biblia en la Iglesia sea la Vulgata, escrita en latín-, idioma del que no es especialista, se ve la mano de otra persona, además de que la interpretación dada a ciertos pasajes evangélicos sacados de contexto, alejada de la que la Iglesia le ha dado tradicionalmente, sin ser mala es discutible.

A lo largo de todo el capítulo, el Papa se centra en la vertiente material del amor matrimonial y familiar, resultando su planteamiento, por su estilo, recursos lingüísticos y por su mismo fondo, más psicologista que espiritual. Así, cuando recurre al aspecto religioso, por ejemplo en el empleo de citas bíblicas, corre el riesgo de dar una imagen utilitarista de la religión, mostrándola como un simple medio para ser feliz en este mundo. Además, en todo el capítulo -y en general en toda la Exhortación-, ese lenguaje, estilo y tono, lejos de ser el propio de un documento papal oficial, como éste lo es, recuerda más a la retórica empleada en la etapa postconciliar, con más frecuencia de la deseable, en esas interminables homilías dominicales de cura de barrio o de pueblo, que aburre y duerme a los fieles en los bancos de la iglesia. Resulta paradójico que uno de los motivos esgrimidos por quienes en su momento impulsaron y jalearon la supresión en la práctica del empleo del latín en la Iglesia -contradiciendo así el mandato expreso del Concilio Vaticano II, que estipulaba su conservación-, esto es, para facilitar la comprensión de los fieles, ahora que los fieles ya pueden entender todo en su propia lengua se haya convertido, en no pocas ocasiones, en una de las causas de la dejación de sus deberes religiosos -asistir a la Misa dominical- por parte de no pocos católicos, debido al hastío que producen esas eternas variaciones sobre los mismos temas, una y otra vez, centrados en aspectos sociales, humanitarios, psicológicos y hasta políticos, pero totalmente alejados del fin que deberían perseguir -la enseñanza religiosa y moral, así como la edificación espiritual de los fieles a la luz del Evangelio, para que éstos logren su propia salvación-, por lo que en muchas ocasiones resultan ser sólo palabrería vacua.

Desde el principio llama la atención que, salvo la primera vez que le nombra, siempre se refiere al Santo Apóstol simplemente como "Pablo", al igual que cuando se refiere al Espíritu Santo sólo como el "Espíritu". Por algún motivo, parece existir una renuencia del Papa a emplear la palabra "santo", limitándola al mínimo imprescindible.

Ya en el punto 96, aprovecha la ocasión para introducir en el discurso sus personales ideas sobre la "justicia", no en un sentido amplio ni teológico, sino referida sólo a la distribución de los bienes materiales, cuando habla de "rechazar la injusticia de que algunos tengan demasiado y otros no tengan nada, o lo que me mueve a buscar que también los descartables de la sociedad puedan vivir un poco de alegría", contradiciendo en cierto modo lo que previamente ha expuesto, a saber: que el amor hace que nos alegremos del bien ajeno y que uno acepte en su interior "que otros puedan disfrutar de un buen momento". Cuando la desigualdad material se debe a la mayor capacidad de algunas personas, o a mayores esfuerzos y sacrificios, o simplemente a la suerte o la Providencia divina, siempre que los bienes se posean o hayan sido conseguidos honradamente, en ello no hay ninguna injusticia. Pese a que afirme que eso no es envidia, sino deseos de equidad, la Historia ha demostrado en demasiadas ocasiones, no tan lejanas, justo lo contrario: que bajo la excusa del deseo de equidad, muchas veces es la envidia y la codicia lo que se esconde detrás, como se ve en todos los movimientos revolucionarios que decían buscar esa justicia y equidad material, así como en los regímenes totalitarios surgidos de éstos, que tantos millones de muertos han provocado en los últimos dos siglos, desde que las ideas filosóficas y políticas igualitaristas -el socialismo/comunismo, fundamentalmente-, irrumpieron en la sociedad, a la que trajeron como resultado de sus propios postulados, la violencia y, en definitiva, la injusticia.

En el punto 100, al desarrollar la idea de que "el que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan", aprovecha la ocasión para poner como ejemplo las palabras amables de Jesús. Pero, si bien éstas sirven para tomarlas como modelo en el contexto del amor matrimonial y familiar, generalizar puede convertirse en un arma de doble filo, pues el Señor no siempre usaba palabras amables, como bien demuestran los Santos Evangelios. Además, esto nos da una idea de la visión parcial -y hasta edulcorada- que el Papa tiene o quiere dar del Cristianismo y de Nuestro Señor, cuando cita estas palabras de Jesús -todas ciertas, naturalmente-, de las que dice que "no son palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian". Sin embargo, como ya he mencionado, el Señor, que es el que más ama -es el Amor mismo-, en otras ocasiones sí empleaba palabras muy duras -raza de víboras, sepulcros blanqueados, hipócritas, etc.-, incluso a veces no limitándose a las meras palabras, sino llegando a la acción -como cuando azotó con un latigo a los mercaderes en el templo-. En estos casos, las palabras que empleaba ciertamente sí humillaban, entristecían, irritaban y despreciaban. Y lo hacía con toda la intencionalidad, sabiendo a quién se las dirigía y explicando por qué lo hacía. Por tanto, la ocultación de esta otra faceta del Señor, que usaba contra ciertas personas en determinadas circunstancias, además de ser la actitud opuesta a la descrita por el Papa Francisco, hace que usar como ejemplo sólo algunas de sus palabras, como si siempre y en todo momento hubiera empleado el mismo tono amable para dirigirse a todo el mundo, no sea un buen recurso para promover la idea de "amabilidad" que el Papa quiere, precisamente por esa visión parcial que proyecta del Señor, como ya he señalado.

En el punto 102 se da la misma circunstancia que en el referido anteriormente, cuando el Papa cita el Evangelio, pero modificando lo que éste dice. Seguramente con la misma intención de darle un significado distinto al que reflejan las propias Escrituras, y a como siempre lo ha entendido y enseñado la Iglesia. Me estoy refiriendo a la cita "Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos" (Jn XV, 13). El Papa habla de "dar la vida por los demás", que no es lo mismo, ni tiene las mismas implicaciones morales o teológicas. Si bien Cristo nos pide amar a nuestros enemigos, en el citado pasaje no nos pide dar la vida por ellos -en ese "los demás" que emplea el Papa también éstos estarían incluidos-, sino sólo por nuestros "amigos". En este punto estoy pensando en el máximo ejemplo de amor que puede darse: el del Sacrificio de Cristo en la Cruz. Puede decirse que Cristo dio la vida por sus amigos, para que aquellos que acepten su amistad se salven. En sentido amplio, Nuestro Señor dio su vida por todos los hombres, por "los demás", para el perdón de los pecados, pues todos somos pecadores. La Redención era necesaria para recuperar la "amistad" con Dios que se había roto por el pecado de Adán, que todos heredamos, y así librarse de la condenación eterna que el pecado necesariamente trae aparejada. Cristo se ofreció a Sí mismo al Padre para que todos pudieran salvarse. Sin embargo, si atendemos a los frutos de su Sacrificio expiatorio, no todos se beneficiarán de él, como definió dogmáticamente el Concilio de Trento, pues el amor que Dios nos tiene, esa "amistad" con Dios que Él volvió a brindarnos, y por tanto también la salvación, está sujeta, por la libertad que Dios da al hombre, a la aceptación o al rechazo personal a esa "amistad" ofrecida nuevamente por Él. Así, también puede decirse que Jesús, en el Calvario, dio su vida "por sus amigos": del ofrecimiento de Su vida, de su Sacrificio, sólo se beneficiarán aquellos que voluntariamente acepten esa "amistad" que Dios brinda a todos, pero que también puede ser rechazada, en cuyo caso no servirá para su salvación eterna, sino que supondrá su eterna condenación.

En el punto 105 habla de un perdón "que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)". Sin embargo, Jesús no sólo, ni siempre, excusaba: también acusaba y condenaba. Nuevamente, el Papa Francisco deja traslucir una visión personal de Jesús y del Evangelio totalmente parcial, buenista y edulcorada.

Más abajo, en el punto 117, habla de la esperanza en la vida más allá de la muerte, en el cielo, donde la persona amada, que en este mundo tiene defectos y debilidades, llegará a su plenitud y brillará con toda su potencia de bien y de hermosura. Dice que eso permite al otro esperar esa plenitud en el cielo, aunque ahora nos cause molestias. El problema de ese simple deseo es doble: primeramente, porque da por sentado que todo el mundo va al cielo, cosa contraria a fe católica. Y, por otro lado, porque el amor humano aparejado al matrimonio termina en este mundo, como el matrimonio mismo, sin continuidad en el cielo. Por lo tanto, esa esperanza referida al matrimonio o amor terrenal es vana. Los esposos no deben tener paciencia con los defectos del otro por esperar que en el cielo van a compartir como pareja la plenitud de su ser, pues ya dejó Nuestro Señor bien claro que no hay tal cosa: "Respondióles Jesús y dijo: 'Erráis, por no entender las Escrituras, ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni se casan (los hombres), ni se dan (las mujeres) en matrimonio, sino que son como ángeles de Dios en el cielo'" (Mt XXII, 29-30). Por todo lo escrito en la Exhortación, da la impresión de que el Papa Francisco considera el amor entre los esposos como un fin en sí mismo, cuando el fin del hombre sólo es Dios, siendo el amor humano un mero medio en este mundo temporal, en el cual empieza y acaba. En este sentido, cabe recordar la doctrina católica, que enseña que a diferencia de lo que ocurre con el sacramento del Orden, que hace que el hombre que lo recibe se convierta en sacerdote para siempre -en esta vida y en la otra-, el del Matrimonio empieza y termina en esta vida.

El punto 115 también llama la atención por citar las opiniones de un hereje de una secta estadounidense, que hace suyas, como si no hubiera fuentes suficientes para expresar lo que quiere recurriendo a las Sagradas Escrituras, a lo escrito por los Padres y Doctores de la Iglesia, o a tantos y tantos Santos y Pontífices. En la misma línea, en el punto 129 cita una película que trata sobre una comida en un pueblo danés donde sus pocos habitantes son herejes protestantes. Parece que las fuentes que inspiran al Papa son todas heterodoxas, aparte de hacer publicidad gratuita a una película comercial, algo bastante impropio de un Pontífice. Además, en el punto 135 emplea un lenguaje propio de la ideología de género que previamente ha criticado en la Exhortacion. Concretamente, cuando habla de "jefes y jefas del hogar". Está visto que el bombardeo mediático para manipular el lenguaje, y que así se ciña a dicha ideología, ya ha calado hasta en los documentos pontificios.

Al llegar al punto 145 nos encontramos con la siguiente afirmación: "Comenzar a sentir deseo o rechazo no es pecaminoso ni reprochable. Lo que es bueno o malo es el acto que uno realice movido o acompañado por una pasión. Pero si los sentimientos son promovidos, buscados y, a causa de ellos, cometemos malas acciones, el mal está en la decisión de alimentarlos y en los actos malos que se sigan". Esto choca frontalmente con lo que siempre ha enseñado la Iglesia, de acuerdo con lo dicho por el Señor: "Mas Yo os digo: Quienquiera mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón" (Mt V, 27). No es necesario, pues, que se realice ningún acto "movido o acompañado" por dicho deseo, ni que cometamos malas acciones a causa del mismo: el simple hecho de desear a la mujer del prójimo ya es algo malo, un pecado.

De nuevo vuelve a recurrir a fuentes heterodoxas indeterminadas en el punto 149, cuando habla de unos supuestos "maestros orientales" "que insisten en ampliar la consciencia, para no quedar presos en una experiencia muy limitada que nos cierre las perspectivas. Esa ampliación de la consciencia no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento". Tal soflama, ¿tendrá algo que ver con lo enseñado por la Iglesia y el mensaje de Cristo?

Su personal concepción de la sexualidad matrimonial nos la da tres puntos más abajo, en el nº 152, donde no pierde la oportunidad de atacar la enseñanza tradicional de la Iglesia cuando dice: "Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia...". A tal afirmación se le puede oponer la concepción agustiniana del matrimonio que siempre ha hecho suya el Magisterio de la Iglesia, que habla del «remedium concupiscentiae» -remedio de la concupiscencia- como uno de los fines del matrimonio. El Código de Derecho Canónico de 1917, en el canon 1013, distinguió entre un solo fin primario del matrimonio y un doble fin secundario: «El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de la prole; el fin secundario es la ayuda mutua y el remedio de la concupiscencia». Por desgracia, el Código de Derecho Canónico de 1983, que San Juan Pablo II -quien lo promulgó- consideraba el último documento del Concilio Vaticano II, es mucho menos específico, como también ocurre con otros temas -por ejemplo, en la condena a la Masonería, que en el Código anterior era explícita y en éste no, habiendo sido necesaria una aclaración oficial posterior por parte de la Congregación para la Doctrina de la fe, para aclarar que la condena seguía invariable, pues algunos pensaron que al no constar de forma explícita, ya no existía tal condena, lo cual no era cierto-. Sin duda, ello se debe a la simplificación llevada a cabo en la redacción de los documentos conciliares. Así, podemos ver que en la Constitución "Gaudium et Spes", el principal documento conciliar que trata sobre el matrimonio, el único fin específico que menciona es la procreación y educación de la prole, lo cual no significa que lo que hasta ese momento formaba parte del Magisterio de la Iglesia, y que en este caso el Código de Derecho Canónico anterior recogía de forma específica y más detallada, ya no sea cierto. Por tanto, cabe señalar que la Iglesia Católica, siguiendo a San Agustín, Doctor y uno de los Padres de la Iglesia, ha concebido siempre la sexualidad en el matrimonio, o "dimensión erótica del amor", como remedio de la concupiscencia, es decir, "como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia", pese a que el Papa Francisco "no lo pueda entender de ninguna manera", según sus propias palabras.

En el punto 154, vemos de nuevo el relativismo, aplicado a la Exégesis bíblica, al servicio del feminismo y la ideología de género. Hablando del Apóstol San Pablo, el Papa Francisco dice: "Si bien él escribía en una época en que dominaba una cultura patriarcal, donde la mujer se consideraba un ser completamente subordinado al varón". Habría que recordarle que eso era así no sólo en la cultura judía de la época de San Pablo, sino que incluso en Occidente, hasta los años 70 del siglo XX, era igual -y también hoy en día en otras culturas, como la islámica-. En el punto 156 vuelve a lo mismo, pero esta vez reinterpretando lo dicho por San Pablo en clave exclusivamente sexual; para ser exactos, de sometimiento sexual: "Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de sometimiento sexual. Por ello conviene evitar toda interpretación inadecuada del texto de la carta a los Efesios donde se pide que «las mujeres estén sujetas a sus maridos» (Ef 5,22). San Pablo se expresa aquí en categorías culturales propias de aquella época, pero nosotros no debemos asumir ese ropaje cultural". Naturalmente: los católicos del siglo XXI sólo debemos asumir la categoría cultural propia de Occidente en los años 60 y 70 del siglo XX, es decir, la de la época en la que el Papa se formó en el seminario, que es la del auge de la ideología política de izquierdas, la del feminismo radical, la de la "liberadora" anticoncepción artificial que tanta "autonomía" ha dado a las mujeres, y, sobre todo, la de la generalización del acceso de la mujer al mercado laboral, que la ha "liberado" tanto, que ahora sí puede decirse propiamente que está sometida y que se ha convertido en una auténtica esclava: antes sólo trabajaba en casa y se ocupaba de los hijos; ahora trabaja fuera de casa tantas horas como su marido, y cuando vuelve sigue trabajando dentro de la casa, ocupándose también del marido y de los hijos. Porque, seamos claros: eso es lo que sigue ocurriendo en la mayoría de los hogares, salvo en los que gozan de un nivel económico lo suficientemente holgado como para permitirles disponer de servicio doméstico profesional para realizar esas tareas del hogar. Y en eso nada tiene que ver la malinterpretación de las Escrituras, ni el presunto machismo -de raíz cultural, eso sí- del que el Papa Francisco acusa al Apóstol San Pablo.

Al tratar sobre el celibato, la virginidad y la continencia, en el punto 160 cita varias frases de alguna de las catequesis de San Juan Pablo II: «no se trata de disminuir el valor del matrimonio en beneficio de la continencia», y «no hay base alguna para una supuesta contraposición...». Evidentemente, en el plano magisterial no pueden colocarse estas catequesis al mismo nivel que, por ejemplo, una Carta Encíclica. En una de ellas, ya citada, la "Casti connubii", de S. S. Pío PP. XI, en el punto nº 5 el Papa asumía y hacía suyo lo dicho por San Agustín: "Estos, dice San Agustín, son los bienes por los cuales son buenas las nupcias: prole, fidelidad, sacramento. De qué modo estos tres capítulos contengan con razón un síntesis fecunda de toda la doctrina del matrimonio cristiano, lo declara expresamente el mismo santo Doctor, cuando dice: 'En la fidelidad se atiende a que, fuera del vínculo conyugal, no se unan con otro o con otra; en la prole, a que ésta se reciba con amor, se críe con benignidad y se eduque religiosamente; en el sacramento, a que el matrimonio no se disuelva, y a que el repudiado o repudiada no se una a otro ni aun por razón de la prole. Esta es la ley del matrimonio: no sólo ennoblece la fecundidad de la naturaleza, sino que reprime la perversidad de la incontinencia'". De nuevo, un documento magisterial, como es una Encíclica, citando a un Padre y Doctor de la Iglesia, como es San Agustín, vuelve a hacer hincapié en la "perversidad de la incontinencia", por lo que, por contraposición, sí pone la continencia por encima de la sexualidad matrimonial, que sólo se tolera como "remedio de la concupiscencia", como queda dicho más arriba. Por lo cual, la Iglesia siempre ha considerado más perfecta la continencia voluntaria -tanto la de las personas célibes, como la habida periódicamente entre los esposos-, y por tanto, el celibato. Pero, como bien enseñó San Juan Pablo II, que la Iglesia dé un mayor valor al celibato no significa que rechace o reste el valor propio del matrimonio y la sexualidad habida en el mismo. Que la sexualidad matrimonial sea remedio de la concupiscencia no la convierte en algo negativo, como el actual Pontífice parece creer. La enseñanza tradicional de la Iglesia, a saber, que la incontinencia es mala y el matrimonio la reprime -y de ahí que también uno de los fines del matrimonio sea servir de "remedio de la concupiscencia"-, parece no gustar nada al Papa Francisco.

Por último, en el punto 163 dice que "la prolongación de la vida hace que se produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez". Parece no tener en cuenta que aunque actualmente es verdad que se viven más años, también lo es que las parejas de novios se casan mucho más tarde que antes; incluso retrasando el matrimonio hasta una o dos décadas: antes era muy habitual casarse al llegar a la mayoría de edad -o incluso antes con permiso paterno-, mientras que ahora no es nada raro ver parejas de novios que deciden casarse bien entrados en la treintena y, en muchas ocasiones, en la cuarentena. Y eso en lo que se refiere a Occidente, pues en los países subdesarrollados la esperanza de vida no ha aumentado; allí no viven más años. Por lo cual, en ambos casos el tiempo de duración de los matrimonios sigue siendo el mismo que antes, o incluso inferior en la actualidad, habida cuenta de la mentalidad divorcista que ha impregnado la sociedad hasta el punto de ser asumida en la práctica por sociedades que, hasta hace medio siglo, era tradicionalmente católicas, no sólo en teoría, sino en la aceptación y asunción como propios de los postulados morales enseñados por la Iglesia -que ya no se enseñan, dicho sea de paso-.

Evidentemente, hay partes del texto que son muy adecuadas, como cualquiera puede apreciar. Pero, en todo el capítulo se aprecia un tono general a medio camino entre el de un consultorio sentimental y una sesión con el psicólogo o psicoanalista, resultando difícil encontrar la enseñanza moral y espiritual que cabría esperar de un documento emanado del Papa, aunque no tenga carácter dogmático, sino simplemente "pastoral".

En la próxima entrada analizaré esta Exhortación a partir del punto nº 165, que es el primero del Capítulo 5 del documento.

3 comentarios :

  1. Según señala el Cardenal Burke, la Amoris Laetitia es una serie de reflexiones personales del Papa sobre el tema de la familia tal y cómo se ha discutido en los dos Sínodos y en realidad no constituye Magisterio de la Iglesia. Si es así, no ha de extrañar que el Papa Francisco deje "traslucir una visión personal de Jesús". Una cosa son las opiniones y reflexiones personales de un Papa que debido a su misión en la Iglesia se asumen con respeto y positivamente, sin necesidad de estar de acuerdo con todo lo que dice o escribe, otra es el Magisterio de un Papa que enseña con autoridad apostólica proveniente de su posición como Obispo de Roma, y sucesor de Pedro.

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    1. Por el amor de Dios, desistan de una vez de tener tanta indulgencia con el que predica el Mal y contribuye de forma decidida e inopinable a llevar almas al Infierno. No se lo agradecerán.

      @olorapescadero


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  2. En la nota 329 Bergoglio parece querer defender la “fidelidad” de los divorciados que contraen una nueva unión civil, evitando que les venga a faltar algunas “expresiones de intimidad” que la pongan en peligro.

    Ya no es que sea un documento hereje, que lo es de principio a fin, es que, directamente, incita a pecar, a demoler los Mandamientos de Dios, alentando diabolicamente a los "arrejuntados" a seguir fornicando, perdón, a mantener “expresiones de intimidad”.

    La mirada lasciva del Demonio sobrevuela y corroe con su veneno cada rincón de ese panfleto inmoral.


    @olorapescadero

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