sábado, 14 de enero de 2012

Cine y películas sobre sacerdotes (IV): "Yo confieso" (1953)


Esta película, dirigida por el famoso director británico Alfred Hitchcock, trata de un sacerdote al que un empleado de la iglesia a la que pertenece le cuenta en confesión un crimen que ha cometido. Las circunstancias acaban implicando al sacerdote como sospechoso, pero no puede contarlo por estar bajo el secreto de confesión.

En general, se trata de una película bastante buena, protagonizada por el actor norteamericano Montgomery Clift (que interpreta al sacerdote Michael Logan) y Anne Baxter (en el papel de Ruth, antigua novia de Michael Logan).

En el transfondo de esta película de intriga rodada en Quebec (Canadá), rodada en blanco y negro en 1953, Hitchcock, católico, aborda temas religiosos y morales como el pecado, el sacramento de la penitencia, el perdón, la absolución, el secreto de confesión, el celibato, el voto de castidad, la indisolubilidad del matrimonio o el adulterio.

Alfred Hitchcock convirte al Padre Logan en otro Cristo (Alter Christus), en versión moderna, al hacer éste suyos los pecados que ha oído en el confesionario y estar dispuesto, incluso, a su propio sacrificio para proteger al pecador, aunque cuando la Warner al fin produjo la película, la dirección del estudio se negó a aceptar, entre otras cosas, que el Padre Logan fuera condenado a muerte y ejecutado.

En la parte musical nos encontramos al principio con el canto gregoriano del "Dies Irae", del antiguo ritual de la Misa de difuntos, o el "Veni Creator" interpretado al órgano durante la ceremonia de ordenación.

Una curiosidad: esta película fue censurada en Irlanda por mostrar a un sacerdote manteniendo una relación sentimental con una mujer, pese a que en la película la relación se produce antes de que el protagonista fuera ordenado sacerdote.

A esta obra le encuentro la misma pega que a otras que tratan sobre sacerdotes: pese a las profundas convicciones del Padre Logan, puede dar la impresión de que sólo se ordena sacerdote porque su novia se ha casado con otro, por creerle muerto en la guerra. Parece como si la única forma de ser sacerdote fuera la frustración en la vida seglar, y no una sincera vocación. Gran parte de las películas que tratan sobre sacerdotes o monjas pecan de lo mismo: sólo si en la vida común, de simple seglar, hay una decepción o frustración, se entiende la vocación religiosa. Como si ésta no existiera realmente y sólo pudiera explicarse por vidas rotas o la resignación de quienes optan por esta forma de vida. En este sentido, Hitchcock cae, al igual que otros antes y después de él, en el manido recurso cinematográfico de presentar a una mujer guapa enamorada del sacerdote, y enfrentar su figura a la lucha interior del sacerdote contra sus sentimientos "humanos" -como si el amor a Dios y la vocación sacerdotal no fueran también sentimientos humanos-.

Por último, me gustaría destacar y comentar un problema serio con respecto al tema en torno al cual gira el argumento de toda la película, que es el sacramento de la Confesión: el asesino puede estar arrepentido y confesar el crimen, pero si no tiene propósito de enmienda, y concretamente en este caso intención de reparar, la confesión es inválida. Sorprende que el sacerdote no se lo mencione en ninguna de las ocasiones en que habla con él en privado después de la primera y única confesión que le hace en la película. Esto puede dar una idea equívoca del sacramento de la Confesión a gente no católica o católicos con poca preparación religiosa: la confesión no es un potente detergente por el cual, por el simple hecho de confesar un pecado, por grave que sea, éste es perdonado automáticamente. Para que tal cosa ocurra se precisa el arrepentimiento sincero y el propósito de no volver a cometerlo nunca, además de la obligación moral de reparar el daño causado. Si no, no hay detergente que valga y los pecados no son perdonados. Para que Cristo, a través del sacerdote, perdone los pecados a alguien, es necesaria la buena disposición del pecador y, por tanto, que cumpla los requisitos anteriormente citados. Si no, como he dicho, la confesión no sirve para nada, pues sería inválida -y sacrílega-.

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